"El Rastro es un mercadillo de trapos"
Los comerciantes se quejan de la pérdida de identidad en la zona durante los últimos años
"¡Un café corto! ¡Con pincho de tortilla!". Es hora punta en el bar de Alfredo Fernández, en los bajos del teatro Maravillas, a dos pasos de la plaza de Cascorro y de la Ribera de Curtidores. Es domingo en el Rastro de Madrid. Ajetreo. Como siempre. ¿Cómo siempre? "Bueno, el barrio ha cambiado. Los chinos se han quedado con la mayor parte de los locales", comenta. "Yo sigo porque estoy de alquiler. Pero si el bar fuera mío, habría echado el cierre. Si alguien te da lo mismo que ganas pero sin trabajar, para qué seguir", aclara mientras saca de la nevera una bolsa con comida que entrega a un hombre de rasgos chinos.
Un simple vistazo a la calle y a la plaza de Cascorro le da la razón. Modas Chen, supermercado Zhou, modas Xiao Ling, y un largo etcétera de negocios de venta de ropa barata ha sustituido al comercio tradicional del barrio de mimbres, cestería, lámparas... El avance asiático se para al bajar por la Ribera de Curtidores. "La crisis y las barbaridades que empezó a pedir la gente por los locales ha hecho que se retraigan", reflexiona Isidro del Saz, que dirige un negocio de maletas en Cascorro.
Los productos raros han cedido el puesto a artículos nuevos
Es una de las transformaciones que cualquier enamorado de este mercado, con origen en el siglo XVI, percibe de inmediato. "Una, pero no la más importante", aclara Vicente Aranda, dueño de la almoneda Verona. "El Rastro ha perdido su esencia. Se ha transformado en un mercadillo de trapillo". En la actualidad, hay unos 1.080 puestos en módulos que oscilan entre una superficie de un metro cuadrado y seis. El máximo de módulos es de 3.500 de un metro cuadrado.
"Antes se podía encontrar desde alguna pieza antigua interesante a la patilla de unas gafas", relata Carlos Vadillo, un asiduo del mercado. "Ahora es diferente", sostiene. "Cada vez hay menos puestos", advierte. Los huecos son abundantes. El concejal de la Junta de Centro del área de Economía, José Enrique Muñoz, explica que está en estudio sacar a concurso los puestos vacantes.
La ordenanza municipal reguladora de la venta en el Rastro, del año 2000, da una visión de los artículos que tradicionalmente se hacían un hueco: mercancías viejas y extrañas, rarezas y objetos que no se comercializan en los mercados y establecimientos clásicos. A estas alturas, muchos de los comerciantes sonríen al escuchar esta definición. Los productos de segunda mano o raros han retrocedido para ceder el puesto a artículos nuevos.
Aranda, tras más de 20 años de trabajo en su almoneda, ve el futuro "muy negro" y acusa al Ayuntamiento de "ir a por el mercado para construir". Otros prefieren no opinar, como el dueño de la tienda de libros de ocasión A. Hernández. De su boca sólo sale un escueto: "No puedo decir nada, se me saltan las lágrimas". El problema no es de ahora, la decadencia comenzó hace años. Para María Luisa Muñoz, anticuaria y presidenta de la Asociación de Comerciantes del Rastro, la despreocupación de los políticos ha sido fundamental. "No conocen el Rastro y lo que hace un concejal más o menos bien, el otro que llega lo olvida". Opina que el mercado podría haber evolucionado hacia algo que no fuera un mercadillo de playa lleno de bragas y sujetadores.
Ante las quejas, el concejal José Enrique Muñoz se remite una y otra vez a la ordenanza reguladora del Rastro "que no tenemos pensado modificar". Muñoz discrepa en que el concepto de mercado haya cambiado.
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