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DON DE GENTES | OPINIÓN
Columna
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Doy fe

Elvira Lindo

El domingo fui a misa de doce. No contaba con ello pero me liaron, y no pude escaquearme. La cosa fue más o menos como sigue: fui a la calle de Hortaleza a comprar pan y pastelillos. Dicha panadería, la de la calle de Hortaleza, es, para mi gusto (y soy sobrina de panadero), de las mejores de Madrid. El pan tiene esa cualidad del pan de antes, cobra sabor según pasan las horas y está mejor al día siguiente. Mi panadería me pilla, como se suele decir, a tomar por saco. Como a cinco kilómetros o así. Si por mí fuera, no iría, pero me enternece ver cómo los míos devoran el contenido de la bolsa sin apenas darme las gracias. Ellos creen que yo disfruto con esa especie de abnegación materna. Yo disfruto haciéndoles sentir en deuda. Ah, algo tan viejo como la misma maternidad. Mi verdadero placer está en verme un domingo a las doce de la mañana, cruzándome Madrid a pie, zascandileando con mi cesta de bollos, como la sin par Caperucita. De camino a casa, siempre cruzo la calle de Génova hacia la Castellana. La calle de Génova siempre depara sorpresas; las apariciones peperas, del todo lógicas, puesto que allí se encuentra la sede de Don Mariano, o el juez Garzón. Recuerdo que a comienzos de este invierno iba yo, como de costumbre, con mi cestita, cuando vi a un grupo de mujeres agarradas del brazo unas de otras, de esa manera en que las mujeres españolas (de toda la vida) tapan literalmente la calle. De pronto, una tropezó con el bordillo y, no dispuesta a caerse sola, se aferró a la compañera. Lo mismo hicieron la siguiente, y la siguiente. Al ver a esas cuatro mujeres desparramadas por la acera, corrí, como es natural, a socorrerlas. Cuál no sería mi sorpresa cuando, según iba ayudándolas a incorporarse, comprobaba que las conocía y las admiraba a todas: María Kosty, Loles León, María José Alfonso y Julia Trujillo. Media escena española tirada por los suelos. ¡La comedia, el drama, el destape, el culebrón, la revista musical! Cuando las tuve a todas de pie, vino la discusión por encontrar a la culpable y luego las risas. La calle de Génova, ya digo, tiene un imán para las situaciones absurdas. La del domingo pasado se lleva la palma. Ignorante del día que era, entré en la calle y me encontré un gentío que seguía los rezos que se escuchaban por megafonía. Como mujer de poca fe que soy, me dije: "Bueno, no serán tantos fieles como para que me impidan cruzar la Castellana". Así que seguí avanzando hasta que me vi, literalmente, atrapada en el Oficio. Mi proverbial mal sentido de la orientación me condujo, aún me pregunto cómo, hasta las primeras filas de ese ídolo de masas que es Rouco Varela. Lo curioso es que luego me he buscado en las fotos que dieron cuenta del público (¿se llama público a los que van a misa?) y no me he visto, cuando yo puedo asegurar que estaba como una más entre las monjitas. Pienso que tal vez el fotógrafo me eliminó para no comprometerme. Agradezco la intención, pero yo, una vez que estoy en los sitios, estoy por la integración. Puse la mejor de mis sonrisas cuando vi las cámaras y a punto estuve de pasarle a una de las hermanas el brazo por el hombro. Me contuve por respeto a los hábitos. No me hubiera importado tener un recuerdo, una histórica instantánea con un pie de foto descriptivo como el que me pusieron los locos que dirigieron Año Mariano: "E. L., escritora y creyente". El caso es que el estar allí, de pie, escuchando esa homilía que el obispo desgranaba con el tono pomposo de los sacerdotes, me hizo retrotraerme a tantos domingos de mi niñez en que mi imaginación volaba mientras el cura decía las palabras de siempre. Las de Rouco llegaban más agrias, faltas de esperanza, casi apocalíptico. Trataba, supuestamente, de defender la familia, pero, en realidad, todo el discurso era en contra, en contra del matrimonio gay, de la opción al aborto, de los métodos anticonceptivos, de la familia no tradicional, de la célebre asignatura. Pienso que, analizada la homilía en conjunto, el señor obispo está en contra de la familia (actual). Pensé en mi familia, en aquellos para los que llevo (llevamos) cocinando todas las navidades y en esos otros de los que me acuerdo a distancia. Hay de todo, divorciados, casados de segundas, hijos de primer matrimonio, parejas de hecho, hermanastros, gays, creyentes, no creyentes, votantes de Mariano, de Cayo, de ZP, abominadores de la política y, si echamos la vista atrás, de un bando y del otro. Todo lo que cabe en una familia extensa. Mi familia, como ésas de las que dan cuenta las estadísticas, suple a menudo las carencias del sistema: abuelos que cuidan de nietos, etcétera. Nada que sea especialmente heroico ni reseñable, la vida misma. Como en la misma vida, a veces hay enfados y traiciones porque los lazos familiares no aseguran la lealtad y, por estas fechas, a fuerza de tanta celebración, un cierto empacho de vernos las caras.

Ellos creen que yo disfruto con esa especie de abnegación materna. Yo disfruto haciéndoles sentir en deuda
Pienso que, analizada la homilía en conjunto, el señor obispo está en contra de la familia (actual)

Del tren de mis meditaciones me sacó mi frase preferida de la misa: "Podéis ir en paz". Oh, libertad. A un ritmo desesperante, procesional, fui avanzando por la Castellana, cargada con el pan y los pastelillos, falsamente integrada, pecadora en todos los sentidos que había desarrollado el obispo en su homilía y, sin embargo, tremendamente familiar. Doy fe. -

Una familia circula en Sevilla por un carril-bici.
Una familia circula en Sevilla por un carril-bici.FOTO: PÉREZ CABO

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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