_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El año de los morosos

La del moroso es una forma de ser. La ciencia aún no los ha investigado, pero estoy convencido de que al igual que identificaron genes que predisponen a la violencia o la lascivia, existen otros que inducen a la morosidad. El auténtico moroso lleva la deuda en la sangre. Repasen su círculo social. Quién no tiene un familiar, amigo o conocido que debe dinero a todo dios. No estoy hablando de aquel que atraviesa una situación económica complicada y anda trampeando como puede, sino de ese otro que, vaya bien o mal de dinero, tiene por costumbre no pagar.

Un antiguo compañero de trabajo solía pedir cada mañana dinero para el taxi y lo hacía con esa premura que se reclama cuando el taxista está esperando abajo. Manteniendo una deliberada aureola de despistado, aquel tipo argumentaba el clásico olvido de la cartera o el descuido por no haber sacado dinero. Como un felino seleccionaba cuidadosamente a sus víctimas, diversificando lo más posible de manera que nunca te tocaba pagarle el taxi más de dos veces al mes. Daba sutilmente a entender que eran cantidades menores que no merecía la pena considerar y jamás devolvía un duro. Ni que decir tiene que los más escaldados huíamos cada vez que aparecía por la puerta, pero la movilidad del sector le proporcionaba siempre nuevas víctimas propiciatorias para que él pudiera seguir viniendo en taxi mientras los demás íbamos en autobús. Tacita a tacita hubiera viajado a Moscú con el dinero de los taxis que le financié, y con el de todos la vuelta al mundo. Luego supe que tampoco pagaba las letras de los muebles ni los electrodomésticos de su casa y que también lo denunciaron por no abonar el alquiler.

Cuántos pequeños empresarios han tirado la toalla a causa de los pufos que les dejan los grandes

El suyo era un talento innato para la morosidad. Llegué a estudiarle. Por encima de todo me asombraba la tranquilidad absoluta con que vivía inmerso en la deuda. Comprendí que había que valer y que el moroso nace, no se hace. Es importante definir ese perfil para no confundir al moroso profesional del circunstancial. Lo es ahora en estos tiempos de vacas flacas en que el moroso será moneda corriente donde antes era excepción. Para muchos expertos, este 2009 que arranca promete erigirse en el año internacional de la morosidad. Los embargos atascan ya los juzgados madrileños por las hipotecas impagadas. El moroso que debe a la banca ha de darse por perdido. Hasta el más bisoño sabe la capacidad que los bancos tienen de cobrar lo que les deben y cómo son capaces de sacarte el dinero de donde ni siquiera sabes que lo tienes. Tampoco conviene deber a la Administración pública. Un solo céntimo que adeudes puede convertirse en la peor de tus pesadillas. La máquina burocrática tiene vida propia y a no ser que huyas a las islas Caimán te perseguirá implacable hasta sepultarte en papeles. Mejor pagar aunque no haya para comer. Otra cosa es la empresa privada, cuyo tamaño viene a ser inversamente proporcional a su fragilidad ante el moroso. Cuántos pequeños empresarios han tirado la toalla a causa de los pufos que les dejan los grandes que subcontratan o los particulares que no pagan sus facturas. Tan común es hoy ese escenario que, en plena crisis, la prosperidad parece iluminar a las compañías de cobros, auténtico azote de los morosos ricos. A la pionera del cobrador del frac han seguido otras que emplean los más llamativos atuendos para perseguirlos y abochornarlos. Cualquier vestimenta puede ser válida para agobiar al mal pagador. Debe ser duro abrir la puerta y encontrarte con un tipo disfrazado del Zorro que no guarda parecido alguno con Antonio Banderas. También ha de impresionar que te esperen en el portal un par de supuestos monjes sin intención alguna de bendecirte. Y qué decir si van vestidos de torero. El traje de luces, ridículo en cualquier otro escenario que no sea la plaza, resulta especialmente provocador. A veces, sin embargo, es más fácil torear un mihura que al moroso que sale con el puro en la boca y la escopeta bajo el brazo cuando le reclaman la pasta. Este tipo de morosos profesionales no suele estar en la miseria. Al contrario, el no pagar forma parte de su forma de ganar dinero. Son morosos forrados que mantienen alto su nivel de vida gracias a la ruina de los demás. No ha de haber indulgencia para ellos, y sobre todo nadie debería confundirles con esos otros que perdieron el curro o están al descubierto porque su empresa colecciona impagados. No es tan difícil distinguir al caradura del desdichado, y que reciban el mismo trato es una aberración. La justicia debe ser ciega, pero no tonta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_