Regale libros (y léalos)
Entre las sandalias de tacón alto con calcetines de Esperanza Aguirre y los museos del sur, he tenido un fin de año tremendo, yendo de una cola a otra para ver dónde le dan a uno el estatus de apátrida. También he barajado el exilio: ninguna de las posibilidades me terminaba por convencer. He pensado en Nueva York, pero luego me he dicho que como caigas en según qué manos te acaban por "dar voz", expresión neocolonial donde las haya, dado que la voz se tiene. Y si no se tiene, se toma. Si alguien te la da, malo: terminas por ser un muñeco de ventrílocuo.
También he pensado en París ya que, pese a todo, allí sabe uno a qué atenerse. París es lo que es y al aterrizar en la "ciudad del Sena" la azafata dice -o decía, bueno-: "bienvenidos a Francia". ¿Se imaginan a la señorita de Iberia haciendo ese comentario centralista en la llegada a Madrid? Yo casi prefiero no hacerlo, que me vuelven a la memoria los calcetines.
Así que sumergida en esta duda metódica he dejado que mi cuerpo moral me llevara donde quisiera y, por inercia imagino, he terminado en una librería. Buen exilio. Se lo recomiendo para estas fechas, pues allí se está a salvo del malhechor inconsistente que es el tiempo en tiempo real. Hojear libros tiene, además, algo de juego de seducciones. O al menos de reencuentro con el librero, la tarde que se desliza suave y ese olor a papel, tan único. A la vista estaban las novedades, algunas maravillosas, por cierto, aunque traducidas con retraso -ocurre con frecuencia aquí-.
La primera que secuestró mis ojos fue un clásico de Warhol, en colaboración con Pat Hackett, POPism (editorial Alfabia). Lo recordaba como un texto divertido -menos que Mi filosofía (Tusquets), uno de los libros más ácidos y más profundos de la cultura occidental- y como un testimonio básico para entender la "escena artística" de los sesenta. Qué malo es Warhol pese a hacerse el banal, me encanta... Hasta debía estar riéndome en alto porque un señor condescendiente, de esos que van a la librería por Navidad, me miraba con ternura.
De pronto, releyendo divertida el pasaje de California -no se lo pierdan que es estupendo- me vino a la cabeza aquella madrugada de juventud, durante los ochenta, en que devoraba el libro con poca luz y sin gafas de cerca. Y pensé en Proust y cómo tiene razón en Sobre la lectura (Pre-Textos), cuando dice que de los libros que nos gustaron recordamos más lo que estábamos haciendo mientras leíamos que el contenido mismo del volumen.
Me había puesto nostálgica. Y como contra la nostalgia no hay mucho que hacer, me aferré a una de las dos autobiografías de Edith Piaf, El baile de la suerte (Global Rythm), escrita también en colaboración, en su caso con Dauven, especialista en la historia del circo, un texto fascinante como el de Andy, lleno como éste de verdades a medias y casi tan trágico. Luego, en esa tarde de vidas ejemplares, arranqué a la balda Vida de la Duse y d'Annunzio, de Bertita Harding, la mujer más chic de las Lomas -México DF-, muy pronto impresionada por la emperatriz Carlota. Este cuarteto habría resultado suficiente para sojuzgar, pero hay que añadir la traducción que Nortesur retoma, la del poeta y narrador Virgilio Piñera, cubano exilado en Buenos Aires y parte de la comisión para traducir al castellano el esencial Ferdydurke del polaco Gombrowicz. Claro, qué tonta, allí, en Buenos Aires es donde debía exilarme. O en México. O en São Paulo. O en Montevideo: intelectuales sofisticadísimos y excelentes librerías. Librerías para regalar libros por Reyes, que luego con los calcetines pasa lo que pasa. Ah, y feliz año para todos. -
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