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Columna
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Malos tragos

Ya sé que corro el riesgo de ser uno de esos tertulianos sabelotodo que como prelados reparten cera dónde se tercie, sea la misa del gallo o de cuerpo presente; ya sé que una vez más pasaré por incorrecto y, a juicio de muchos, por reaccionario, pero he elegido la peor manera de empezar el año: viendo la enésima victima de la violencia machista en el telediario, la cara circunspecta del presentador, recorriendo esa geografía de la infamia que nos toca tan de cerca: Neda, Portas, Ponte Caldelas, así hasta llegar a las inmediaciones de su localidad y tocar las campanas del infierno. Si me muerdo la lengua el veneno me matará esta vez como un personaje de Shakespeare, pero ya no aguanto más el espectáculo mediático; unos minutos de silencio por la última estrangulada, degollada, quemada, lapidada, y luego una salva de aplausos que inicia el político de turno: conselleiro, alcalde, diputado, juez, director general, esos aplausos del telediario que se han puesto de moda también en los entierros.

Con la violencia machista se ha pasado a demonizar al macho ancestral y a consagrar lo metrosexual

¿Desde cuándo aplaudimos a los muertos? ¿Recuerdan ustedes algún entierro con aplausos antes de la televisión y de este funesto Gran Hermano penetrara incluso en la intimidad de nuestro último paseo? Casi que no. Echarle la culpa, toda la culpa a esa caja tonta en la que cada día levantamos una cruz y damos un 016 para que usted siga el proceso, sería demasiado fácil.

Echarle las culpas a la televisión presenta un avanzado estado de neurosis de este espectador, como si volviéramos a la época en la que Umberto Eco debatía en Italia la conveniencia de silenciar los atentados de las Brigadas Rojas para no darles lo que el consideraba unos minutos de publicidad gratuita. ¿No estamos en la misma? ¿No es como un tam-tam que de Neda llega a Ponte Caldelas? ¿No les suena la copla que desde que se empezó a hablar de violencia machista hay más violencia machista?

Los ministros y ministras, sobre todo ahora que a alguien se le ha ocurrido crear el de Igualdad, como si el ilustre principio jacobino fuera un ministerio, se encargan todo los días de hablarnos de ese atraso ancestral de la piel de toro, ese rancio pasado, esa atroz mirada proyectada al ayer cuando la mujer (¿o no han visto Cuéntame?) precisaba el permiso del marido para conducir o abrir una cuenta corriente... De eso hemos pasado en dos patadas, como suele ocurrir por estos pagos, a demonizar tanto a la clase masculina, al macho ancestral, que lo estamos convirtiendo en una especie mitológica: hombre-lobo, asesino en serie, descerebrado compulsivo al que otorgamos terroríficos poderes provenientes de la educación primaria y del sol y sombra, de la mili con cetme y la oficina de empleo, de las cuevas de Altamira, mientras consagramos a esa especie progresista y justiciera, metrosexcual y ambigua formada en el imaginario de ese misterioso ministerio a partes iguales por el profesor Neira, Pedro Zerolo, Raphael (hay que joderse tantos años de lucha para esto) y por supuesto el último efebo de la hora biotherm que nos anuncia la hora de la decrepitud y las disfunciones eréctiles.

Ya digo que algunos, y sobre todo algunas, me entenderán mal o creerán que se me han atravesado las uvas, que empiezo el año con una resaca brutal, pero tengo ganas de decirles que no es así, que si acaso estoy pensando en Man, el hombre de Camariñas, que siento nostalgia del buen primitivo, del que se alimentó de algas antes de la llegada de los delicatessen y protegió sus sueños de la televisión en una cueva, cerca de ese corazón salvaje como diría Clarice Lispector, que no maltrató ni a un mejillón puesto que no había televisión que hablara de maltratos y sí el rumor del oleaje y las noches de Orión, la Osa y Casiopea, pero se me va el discurso por donde no debiera y mezclo a Man con el telediario, que su alma vagabunda me perdone, y llego a pensar que estoy al borde de la indecencia, de reivindicar como Walt Whitman al ser primigenio, al paseante solitario de Rousseau, pero no puedo seguir contando otra vez más la historia de la violencia de género (¿no es también de género la de los israelitas en Gaza, demonios?), creo que hay una confusión de palabra y obra, y a lo mejor yo mismo estoy confundido.

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No teman, es una obnubilación pasajera: pronto llegarán las elecciones y ya verán como hay menos minutos y menos víctimas, y lo mejor de todo, siempre nos quedará Man soñando con la Vía Láctea y el alma de los percebes.

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