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Columna
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Atenas, París, Madrid

Antonio Elorza

Las recientes movilizaciones de la juventud griega han sido comparadas en este diario por dos veces con el mayo francés de 1968. Una ha sido en el excelente reportaje de Abel Grau, con un rotundo titular pero luego con mucha cautela, y otra en el artículo de Gil Calvo. Lo cierto es que ambos movimientos sociales coinciden en el protagonismo de la juventud. Lo mismo que ocurriera en los no lejanos disturbios registrados en la banlieue de París, y que en todos ellos se daban una dimensión de protesta y parcialmente un repertorio compartido de formas de acción. Pero la comparación acaba aquí.

A lo largo del siglo XX la rebeldía juvenil en Europa ha respondido en sucesivas oleadas a la acción convergente de dos variables, de un lado las expectativas de movilidad social ascendente, lo que algunos sociólogos llamaron motilidad, y de otro, el contexto económico y político. En los años 30, el marco de la crisis mundial impulsó una dinámica de radicalización en tijera, donde un sector de la juventud pasó a los movimientos fascistas cuya meta era la formación del "hombre nuevo" por vía totalitaria, mientras otro sector luchó por otro tipo de "hombre nuevo" que protagonizaría la emancipación de la humanidad siguiendo el patrón soviético. En estos momentos, la motilidad es cero, y eso es lo que confiere al estallido griego un sesgo nihilista, ya que la violencia y la destrucción pasan a ser fines en sí mismos, por la sencilla razón de que los estudiantes griegos (como los de otros lugares de Europa) no tienen en estos momentos un futuro garantizado, ni siquiera de modo precario. Hacen el resto el impacto difundido por los medios de una cultura de la violencia, la sensación de esclerosis transmitida por el Gobierno conservador de Karamanlis, otro Karamanlis (frente a él, un Papandreu, hijo de Andreas, nieto de Giorgios: nada cambia en la política griega) y la tradición de luchas universitarias desde tiempos de los coroneles como agente de legitimación.

Falta ideología. En medio del vacío, lo observable aquí es el curioso brote de 'chavismo'

No faltaron corrientes nihilistas en mayo del 68, pero las líneas maestras del movimiento, con su dimensión utópica, habían sido trazadas con anterioridad. El vacío de las protestas actuales, excepción hecha de las protestas antiglobalización, contrasta con la pluralidad de iniciativas ideológicas de aquel mayo, desde el maoísmo y el trotskismo al "situacionismo". La crítica de la forma de integración de la juventud, la denuncia de "la miseria en el medio estudiantil" en una sociedad opulenta, tras el crecimiento económico de la posguerra, expresaban un sentimiento de privación relativa, y también la aspiración, no ya a un hombre nuevo, sino a un mundo nuevo, sin imperialismo ni estalinismo. De ahí la dimensión constructiva, la explosión de la palabra, la liberación sexual, que singularizaron al 68 y que nada tienen que ver con la guerrilla urbana de hoy.

Por otra parte, los cambios tecnológicos en la comunicación han incrementado en forma exponencial las posibilidades de movilizaciones sincrónicas, con internet y los teléfonos portátiles sorteando las formas de control policial del pasado.

Conforme avanza la crisis, explosiones similares pueden producirse en otros países europeos. En España, no falta la coexistencia de grupos juveniles disponibles para la movilización en las universidades, y de minorías activas deseosas de impulsarla, con un cóctel ideológico por lo que me toca de cerca bastante disparatado: grupos antisistema, algún que otro okupa o simpatizante de la izquierda abertzale, a la contra porque sí (los que pintan aquello de "queremos chuches"). Las formas de acción, desde la ocupación de la plaza del Carmen, a los boicots a la catalana de conferenciantes no gratos, resultan escasamente alentadoras. Claro que por lo que concierne a la Universidad, tampoco el ministerio, autoridades académicas y profesorado hemos hecho nada para quitarles la razón (o para proporcionársela) a quienes sostienen el no a Bolonia, el más consistente vivero de movilización estudiantil en la actualidad.

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De momento, falta ideología. En medio del vacío, lo único observable aquí es el curioso brote de chavismo, producto de la sustitución en Venezuela del siniestro peronista Ceresole por intelectuales castizos en calidad de mentores del tránsito hacia la dictadura vitalicia bajo un cesarismo populista, disfrazado de "socialismo del siglo XXI". Antiimperialismo, señuelo de una "democracia participativa" bajo el imprescindible "hombre fuerte" para domesticar a la propiedad privada -otras veces para abolirla-, elogio de un supuesto "empoderamiento" popular asociable a las movilizaciones europeas antisistema, son ingredientes desde los cuales buscar la captación. Sin olvidar la condena "izquierdista" de la transición democrática, mientras la experiencia soviética, que mejoró la vida de los trabajadores y destruyó "el feudalismo" en Rusia, recibe una mirada distante pero favorable. De ahí a un autoritarismo rojo sólo hay un paso. Esperemos que no cuaje.

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