El negocio de la suerte
La Lotería Nacional tiene sus ritos, simples lugares comunes y martingalas de alivio que pretextan entusiasmo: baño alborozado en espuma de cava, las veces que ha vendido un premio cualquier administración o las trilladas explicaciones del tipo "me lo regaló mi cuñado", "lo que importa es tener salud" o "taparemos algunas goteras". La lotería de Navidad quiere ser, más que un juego de azar, un regalo de los dioses y por esa razón se cultiva la retórica de los signos y las repeticiones supersticiosas, conjuros y letanías. Pero el núcleo del tótem es
un negocio; el único negocio no liberalizado en la Comunidad Europea, por cierto. Los juegos de azar en España mueven 30.000 millones de euros y la lotería unos 6.000 millones. La manera de extender el negocio es automatizarlo, romper la cáscara ritual
y hacerlo pasto
de las máquinas. La asociación de loteros trabaja activamente para instalar una tupida red de máquinas expendedoras de lotería, a modo de cajeros automáticos. El comprador introducirá su tarjeta de crédito en una terminal, parecida a una caja registradora, y obtendrá su participación. Incluso podrá elegir el número. O la terminación.
Así que, si el plan prospera, se acabará la mística de La Bruixa d'Or, de Sort; Doña Manolita y el número soñado que se convierte en opulencia para toda la vida. Otro mito, porque los premios de la lotería tampoco es que se aproximen a los de los Euromillones o la Primitiva. ¿Veremos carteles en las terminales que proclamen: "Este trasto dispensó el gordo de 2010"?
Volvamos al negocio. El proyecto futurista de expender décimos en máquinas como si fuera café o refrescos, forma parte de un complejo movimiento para romper, por la vía de los hechos, el dominio del Estado sobre los sorteos de lotería. Se trata de una trifulca caótica, opaca, en las fronteras de una legalidad deficiente y asilvestrada. La lotería pertenece al Estado; pero los loteros quieren explotar el producto, amparados en la selva de rifas y sorteos que cualquiera puede organizar. Véase el ejemplo de tiendas, bares, colegios, clubes de fútbol, etcétera. La pelea puede ser apasionante. Y es que en cuanto se rasca un rito sagrado aparece un negocio.
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