¿Quién mató a Kaspar Hauser?
El misterio sigue vivo a los 175 años de la muerte de uno de los personajes más enigmáticos del siglo XIX alemán
H ic occultus occulto occisus est, conmemora un pilar octogonal en los jardines del palacio de Ansbach, en Baviera. "Aquí fue asesinado un desconocido de forma desconocida". El paseante desprevenido podrá preguntarse en homenaje de qué desconocido y en recuerdo de qué muerte se levanta semejante artefacto de tres metros de piedra caliza y adornos neogóticos. La fecha que sigue, el 14 de diciembre de 1833, es tan exacta como el resto de la extravagante inscripción. Cuando se cumplen 175 años de que Kaspar Hauser resultara herido de muerte en ese mismo lugar, no se ha resuelto en Alemania el enigma de aquel infeliz que, según creen muchos, fue, desde su mismo nacimiento, víctima de conspiraciones sin cuento que lo mantuvieron en mazmorras durante casi tres lustros y culminaron con aquel asesinato en diciembre. De ser esto cierto, el joven de 21 años apuñalado en los jardines palaciegos de Ansbach era el desposeído primogénito del gran duque Carlos de Baden, nieto de Napoleón I, sobrino de la zarina de Rusia, primo de emperadores y heredero legítimo del Gran Ducado de Baden. De no serlo, pudo tratarse de un simple farsante o del títere de intereses opuestos a la familia ducal. La cuestión, encarnizada en su tiempo, permanece aún hoy lejos de zanjarse.
Los príncipes de Baden se niegan a abrir el panteón donde descansan los despojos del supuesto heredero sin nombre
El lugar y la fecha en la que aquel hombre sufrió la cuchillada que, tres días más tarde, terminaría con su vida, es una de las pocas certezas que quedan de él. Nadie sabe quién lo mató, ni dónde nació ni quién era. Cinco años antes de su inexplicada muerte, había entrado renqueando en una plaza de Nuremberg un adolescente desastrado, incapaz de articular otra frase que "un jinete tal como mi padre es lo que yo quiero ser". Era el lunes de Pentecostés de 1828. Su capacidad intelectual se asemejaba a la de un niño preescolar. Portaba dos cartas que lo identificaban como Kaspar, nacido de una criada en 1812. Aunque fechadas con 16 años de intervalo y firmadas una por su supuesta madre y la otra por su supuesto tutor durante 12 años, ambas fueron probablemente escritas por el mismo puño. Cuando los policías que lo detuvieron le cedieron una pluma, el muchacho escribió el nombre de Kaspar Hauser.
Entre 1738 y 1811, el margrave Carlos-Federico gobernó Baden, que él convertiría en un Gran Ducado, con la mano de hierro del absolutista ilustrado. En esos 73 años reunificó los dominios solariegos de los Zähringer, anexionó territorios austriacos y otras regiones colindantes, decuplicó así la población e incorporó a Baden las universidades de Heidelberg y Friburgo. Pues bien, cuando murió su primera esposa en 1783, el casi sexagenario esperó tres años para casarse con su ahijada Luise Geyer von Geyersberg, una dama de la corte 40 años más joven. Aquella unión morganática dio cinco hijos.
Para cuando el mayor de ellos, Leopoldo, que por nacimiento estaba fuera de la línea sucesoria, ascendió al trono de Baden en 1830, habían muerto en 19 años tres grandes duques y tres príncipes herederos. Agonizante en su lecho de muerte a los 32 años, Carlos, hijo del longevo Carlos Federico, aseguró que lo habían envenenado a él y a sus dos hijos varones. Le sucedió su tío Luis, que también murió con la certeza de estar siendo asesinado. Luise, la madre de Leopoldo, había obtenido una ejecutoria imperial que le daba a ella el condado de Hochberg y ponía a sus hijos en la línea sucesoria después de los Zähringer nacidos de la primera unión de su marido y de los demás parientes directos. En 1830, todos los que se habían interpuesto entre Leopoldo I y el trono de Karlsruhe estaban muertos.
Dos años antes, en 1828, los vecinos de Nuremberg acudían a ver al extraño y a alimentarlo como se hace con los monos del zoo. Kaspar sólo ingería pan y agua. Un doctor lo reconoció sin encontrarle más discapacidades que las causadas por los años de encierro. Lo describió como "semisalvaje". La sola palabra excitaba la imaginación de la época. Pronto, las fuerzas vivas de la región consideraron que se había descubierto al buen salvaje de Jean-Jacques Rousseau en medio de Alemania, a un ser que encarnaba "la más alta inocencia de la Naturaleza", según divulgó el alcalde en un escrito oficial. La noticia llegó hasta Anselm von Feuerbach, jurista y magistrado, uno de los padres del derecho penal alemán. Lo liberó Feuerbach y lo entregó a la custodia del esotérico Georg Friedrich Daumer.
El suceso se había convertido en una verdadera sensación. Era la comidilla en las cortes alemanas, desde donde se extendió unos meses más tarde la sospecha de que Hauser, el dócil muchacho ajeno a las costumbres y al habla humanas que estaba siendo educado por el profesor Daumer, era en realidad el primer hijo que había dado a luz en 1812 Stéphanie de Beauharnais, la hija adoptiva de Napoleón Bonaparte y la esposa del monarca de la vecina Baden. El último vástago, por tanto, de la milenaria dinastía Zähringer y el heredero del Gran Ducado en la Selva Negra. Alguien a quien su joven abuelastra hizo que cambiaran en la cuna por un niño moribundo para allanar el camino al trono de su propio hijo.
El primer atentado contra Hauser fue un golpe en la cabeza que recibió en 1829 en el sótano de Daumer. El rey de Baviera Luis I ofreció entonces 500 florines a quien resolviera el caso. En Berlín apareció el tratado policial Kaspar Hauser, probablemente un estafador. Mientras, en París se ponían de moda unos albornoces tipo Gaspard Hauser y Anselm von Feuerbach escribía a la corte de Karlsruhe sobre su convicción de que Hauser era uno de los suyos. Además, apareció en la vida de Hauser el conde de Stanhope, un noble inglés sobre cuya relación con el joven circularon rumores amorosos. Stanhope desapareció como había llegado. A la muerte de Hauser, algunos forenses consideraron posible que se hubiera autolesionado. Luis I tasó en 10.000 florines la recompensa de quien diera con el asesino.
En 1996, el semanario Der Spiegel encargó un estudio genético de la sangre que mancha las ropas de Hauser depositadas en el museo de Ansbach. La conclusión fue determinante: no se corresponde con el ADN de los descendientes de Stéphanie de Beauharnais. Pero ni siquiera una portada a todo color acaba con un mito de 175 años. Los defensores de la hipótesis principesca obtuvieron su satisfacción genética con otro análisis, esta vez de pelo, encargado por el canal de televisión pública ZDF en 2002. Según el forense de Münster Bernd Brinkmann, "no se puede descartar de ningún modo" que Hauser sea descendiente de Beauharnais. La semana pasada, el Frankfurter Allgemeine Zeitung recordaba que es plausible que Hauser fuera de verdad un Zähringer. Si bien no quedan ya cuestiones dinásticas que resolver, los príncipes de Baden se niegan hoy a abrir el panteón donde descansan los despojos del supuesto heredero sin nombre.
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