Clásico de Europa

Mientras el azar adjudicaba las bolas del Panathinaikos y el Oporto a otros participantes, el rostro del estratega deportivo del Madrid, Pedja Mijatovic, se fue tornando de un lívido marmóreo en un amarillo piel de pollo. Así de fuertes son las emociones que se apoderan del corazón de los hombres cuando están en presencia de algo estremecedor. El sorteo al que asistió Mijatovic, ayer en Nyón, determinó la disputa de dos eliminatorias grandes y un choque con estatura de clásico. Inter-Manchester United y Chelsea-Juventus jugarán los partidos grandes mientras que el Liverpool y el Madrid jugarán el clásico, es decir, la clase de enfrentamiento cuyo sólo anuncio es capaz de inspirar temor a los directores deportivos más mundanos.

"La clave de la eliminatoria estará en nuestro estado físico", advierte Juande Ramos

El Liverpool es el club británico con más títulos de la Copa de Europa (cinco) mientras que el Madrid reúne la mayor colección (nueve). Ambos se midieron en una final (1981). Representan idiosincrasias profundamente arraigadas en la cultura de sus países. La Liga de Campeones es parte de su patrimonio. Cada uno, a su manera, ha sido capaz de dejar su marca en la competición: en la última década, el Liverpool y el Madrid estuvieron presentes en cinco finales. El torneo se identifica con ellos. Son lo que son gracias a él.

El Panathinaikos o el Oporto habrían permitido a Mijatovic asegurarse unos meses de tranquilidad y buen pasar. El objetivo de los dirigentes no suele coincidir con el de los hinchas. Si la tranquilidad proporcionase gloria, el Madrid y el Liverpool jugarían en Tercera División. Como no es el caso, el destino los empuja hacia el remolino. Sus jugadores viven en un estado de excitación aparentemente ilógico. "¡Queremos un grande!", decían los capitanes madridistas antes del sorteo; "¡queremos al Manchester!". Al final, la suerte les deparó algo parecido a lo que añoraban. El Liverpool no es el campeón vigente, pero su potencial se ha multiplicado desde que alzó el trofeo en 2005. Fue finalista en 2007 con apenas unos retoques en su plantilla y es el actual líder de la Liga inglesa. Si hay un grupo de jugadores que se sabe de memoria el plan de ruta hacia el éxito en esta clase de eliminatorias ése es el del Liverpool.

Alonso, Gerrard y Carragher constituyen el triunvirato alrededor del cual se ha regenerado la dinastía que conquistó el trofeo en 2005. Con los años, la relevancia del medio centro español se ha visto cuestionada por el propio técnico, Rafa Benítez, hombre propenso a perder la fe en sus futbolistas. Alonso ha salido reforzado de todas las dificultades. Actualmente, es el timón del equipo, el único jugador capaz de administrar el balón con criterio y genio. Sin Alonso, al Liverpool se le apaga la luz. En otros puestos, tiene más variantes. Gerrard, el capitán, es un volante que actúa como definidor. Benítez le ha encontrado un sitio por detrás del punta, cargo que prácticamente monopoliza Torres, goleador y última figura carismática de Anfield. Las incorporaciones de Reina en la portería y Mascherano por delante de los centrales han supuesto un alivio para Carragher. Carra es el jefe de la zaga de un equipo que ha fabricado su estilo en función de la defensa. El Liverpool se siente tan cómodo cuando tiene el balón como cuando no lo tiene. Sus problemas se descubren cuando se ve obligado a tomar la iniciativa. Esta temporada, sus peores partidos han sido en su campo contra equipos pequeños (Stoke, Hull, Fulham).

La estadística avisa. El Madrid puede sufrir más en el Bernabéu que en Anfield. Sobre todo, si no logra recuperar a Pepe, un seguro en los cierres. Como dijo ayer Juande Ramos, el técnico madridista: "La clave de la eliminatoria estará en el estado físico de nuestra plantilla. Tenemos que recuperar lesionados".