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Columna
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De triki en tripi

A Kepa Junkera le ha sorprendido la reacción suscitada por la generosa subvención que le ha concedido nuestro Gobierno. A mí me hubiera ocurrido lo mismo de haber estado en su lugar. No es éste un lugar cualquiera, ya que da leche merengada, como puede verse, y tampoco se llega a él por accidente. No, primero hay que estar en el lugar y después acceder a lo que sea. A continuación, puede que a uno le den lo que pida, o puede que no, todo dependerá de la sintonía o de la conveniencia que muestre el poder discrecional que otorga lo requerido. O sea, de la vaca. Que no es una vaca cualquiera, eso bien lo sabemos, sino una vaca tan salada, tolón, tolón. Y una vez que ha hecho tolón y ha exprimido la ubre, el solicitante que ocupa el lugar recoge la marmita y se queda tan ancho. Desde el lugar que ocupa, nada tan natural como esa dispendiosa secreción de la vaca y el lengüetazo de Madrazo, un pareado tan musical y tan ripioso como el tolón, a los que podríamos añadir un pandero para completar la orquestina. Ahora bien, ¿cuál es ese lugar desde el que se puede recibir tanto sin percatarse del agravio?

La Administración ha apoyado generosamente a Junkera, que satisfacía sus aspiraciones culturales

Se trata, en primera instancia, de un lugar mental. No me considero capacitado para valorar la música de Junkera, que seguramente es excelente. Con su trikitixa ha conseguido codearse con músicos de otras latitudes y trascender los límites geográficos y culturales a los que podían confinarlo su instrumento y la música que interpreta. No es un mérito desdeñable y de su éxito podríamos deducir que no necesitaba ayudas institucionales para salir adelante. Es verdad que las ayudas siempre son bien recibidas y ocurre, además, que las instituciones no son entes pasivos, es decir, que no suelen carecer de orientaciones y preferencias. ¿Les interesaba a nuestras instituciones promocionar la música de Junkera? Seguramente sí, ya que responde de pleno a un perfil cultural acorde con el que aquéllas desean potenciar. Es música vasca, encuadrable, creo, en lo que se conoce como música étnica y a salvo de otras etiquetas más discutibles, y es además exportable, gracias en esto a los méritos de su factor, cualidades ambas que coinciden con las líneas culturales que prima la administración vasca. No es de extrañar, por tanto, que Kepa Junkera piense que su música es algo más que su música y que él no está sino al servicio de un proyecto que puede ser válido para todos. Él no es sólo él, ni tampoco es su música, él es país. Es éste el lugar mental al que me refería, lugar desde el que todas las ayudas resultan naturales y todos los reproches incomprensibles.

El 'caso Junkera' se presenta así como paradigmático de la identificación entre los intereses culturales de la administración y los de un creador determinado. De esa mistificación interesada a la que se le denomina cultura vasca. Junkera ha dado en la diana, y la Administración no ha mostrado reparo alguno en apoyar generosamente al sujeto que satisfacía sus aspiraciones culturales. Hubiera hecho lo mismo con cualquier otro que cumpliera los requisitos. He aquí la madre del cordero: los requisitos. El mundo cultural vasco los ha aprobado sin chistar y con delectación plena; es más, se ha desarrollado a su amparo. Son esos requisitos los que han trazado el terreno de juego en el que se desenvuelve nuestra cultura y el 'caso Junkera' no es sino su consecuencia natural.

El resultado es escandaloso y ha provocado la respuesta inmediata de centenares de creadores que se consideran perjudicados. No voy a decir que todos ellos aspiraban, en realidad, a lo mismo, porque seguramente no es cierto, pero sí conviene señalar la ceguera con la que se han aceptado entre nosotros las premisas de una política cultural que premiaba determinados desarrollos y reprobaba otros, aunque sólo fuera silenciándolos. La ceguera y el consentimiento. Por ello no me sorprende que Junkera no entienda nada. Lo que seguramente esperaba era el aplauso cerrado de quienes tanto han aplaudido una política cultural de la que él ha resultado ser la flor más lograda.

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