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Columna
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¿Lo imposible?

Me alegré de que, al menos, una fábrica radicada en España no sólo no se encuentre en crisis sino que vaya a emplear a unos cuantos trabajadores más. El hecho de que Santa Bárbara disfrute de la perspectiva de contribuir a la fabricación de pistolas HK y de misiles Skipe me pareció secundario. Luego lo pensé y me deprimí mucho, porque comprendí que lo urgente, cuando es importante, hace que me parezca baladí que los bordes tiempos no afecten a la producción de armamento. Es una buena noticia, pues, que los malos ratos no repercutan en un grupo de familias compatriotas. Al fin y al cabo, que al final de la trayectoria de cada proyectil se encuentre potencialmente un ser humano destinado a comprender su eficacia resulta, en estos momentos, una preocupación menor. Estúpidamente, mi alegría me deprimió, por lo que busqué una depresión más fuerte que anulara la anterior, para diluir el efecto entre las dos.

La descubrí, como es natural. Su origen se pasea en la actualidad por nuestros medios de comunicación, y es el escaqueo con que los dos partidos, el de la oposición y el del Gobierno, tratan el tema del transporte ilegal de detenidos por los servicios secretos estadounidenses, que violó algo más que nuestra soberanía cuando los unos consintieron con placer y sus sucesores hicieron como que no veían. Me deprime la indiferencia generalizada hacia el tema, incluida la mía propia. Quizá he olvidado -o prefiero hacerlo- que, cuando Zapatero retiró a nuestras tropas de Irak, lo hizo, supongo, para defender el Derecho Internacional, que los vuelos ilegales con futuros torturados también infringieron.

Díganmelo ustedes. ¿Debemos deprimirnos por haber olvidado lo humano y necesario, lo que nos eleva por encima de los terroristas, vayan por libre o tengan permiso para administrar las mazmorras? "Seamos realistas, pidamos lo imposible". Un eslogan que sólo aplicamos a la economía.

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