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Columna
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Moralidades

Ignoro cuántos hectómetros de agua se habrán perdido en el mar con la de lluvias que estamos teniendo en nuestras tierras, pero no he oído decir al presidente Camps que eso es una pena y un crimen, con lo necesitados que estamos de ella. Se ve que le excita más reclamar el agua aragonesa, no se sabe bien por qué razón. Mentir (y manipular la verdad es como una manera de mentir doblemente) está muy feo, pero además es pecado en los labios de personas dotadas de firmes creencias religiosas. El tema del agua le ha permitido al Gobierno valenciano marear la perdiz durante algunos años, sacándolo en procesión parlamentaria cada vez que le convenía despistar en compañía de fantasmas a cuenta de su victimismo, un victimismo un tanto estrafalario, pues habiendo el PP llevado a esta comunidad a las más altas cimas de reconocimiento del mundo mundial no acaba de verse de qué pintoresca conjura podrían ser víctimas.

Más probable es que hayan sido víctimas de su patética propensión al triunfalismo, porque de lo contrario no cuadra que sea aquí donde más ha subido el paro en los últimos meses. ¿Estará obrando con desatino en alguna cuestión este gobierno? Pues no, ya que es bien sabido que Rodríguez Zapatero y sus desalmados compinches invitan a los trabajadores valencianos de todos los sectores productivos a que les hagan el favor de renunciar por las buenas a sus puestos de trabajo. O por las malas, si viene al caso. No hay duda, por ejemplo, de que el Gobierno español es el responsable de la campaña de dispersión de drogatas y otros excluidos de sus nichos del cauce del Turia, de modo que no tienen más remedio que desplazarse de aquí para allá en una terrible trashumancia que poco a poco va fragmentado la presencia de ese tumulto de indeseables hasta perder su visibilidad social. Es el momento de cortar las subvenciones a los equipos de personas, voluntarias o a cambio de un modesto estipendio, que dedicaban su tiempo y su esfuerzo a la agradable tarea de proveer de jeringuillas, preservativos y cualesquiera otros útiles necesarios a esa cuadrilla de menesterosos vencida por sus vicios.

Otro tanto puede decirse de la ley de dependencia, que todavía depende de los dependientes de las conselleries para llegar a buen puerto. No es que no importen las cifras, pero es más definitoria la actitud malabarista de los supuestos responsables del asunto. O echar una mano a los ancianos que lo necesitan es algo que figura por puro sentido común en la agenda política o no lo es, pero en ambas hipótesis conviene manifestarse claramente y adoptar medidas sin refugiarse en la desgracia de una crisis de la que nuestro gobierno sería más víctima, otra vez la cantinela, que responsable. O los ancianos deben ser atendidos, y entonces deben figurar en la partida correspondiente de los presupuestos públicos, o no deben serlo, y en tal caso que se adopten medidas más drásticas que el simple abandono a su suerte. Por cada uno que muere en circunstancias trágicas, hay mil que no desean seguir viviendo en esas condiciones.

Dirán que me pongo serio, pero es porque no he mencionado todavía problemas menores como el de la atención a la salud mental. Esto es, lo que atañe a los enfermos diagnosticados como esquizofrénicos que fueron desalojados de los centros psiquiátricos para encontrarse ahora con que tampoco hay presupuesto para las personas que los atienden en sus casas de acogida o domicilios. Para qué, si creo que ya ni votan. Mientras un fantasma de escaso futuro recorre Europa: es el de los inmigrantes, vagando en busca de trabajo y rumiando, para sus adentros, quién coño viste a los lirios del valle. Porque no será Cotino.

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