María Soliña, escuela gallega en India
Una viguesa crea con la única ayuda de amigos un colegio para niños pobres en Pubai
"A veces, Umesh, casi con lágrimas en los ojos, me dice 'Neneta, ¿no ves que nuestros niños, además de más contentos, están más blancos?"
A María Antonieta Herrero, Neneta para todos y Didi (que quiere decir "hermana mayor") para los niños de Pubai, le aconsejó un día Babaji que construyese una nueva escuela. Babaji, gurú de Benarés, habla más o menos bien el castellano. Aprendió él solo, sin ayuda de nadie, porque está convencido de que en su anterior reencarnación fue "un español de Cataluña". "Toda la noche pensar tuyo, dejas esa escuela y haces nueva", le dijo esa mañana a la viguesa de Cangas.
Neneta, abuela de tres niños en Galicia "y muchos más en la India", nació en Vigo pero lleva un cuarto de siglo viviendo en la orilla de enfrente, donde trabaja en una sucursal de Caixanova. Allí está el corazón de Shanga, la ONG que tuvo que fundar cuando sus proyectos solidarios resultaron demasiado grandes para el grupo de amigos y familiares que la apoyaron desde el principio. El primer dinero que recaudó Neneta vino de una tómbola. Sus amigos donaron tres cuadros y una escultura, otros se encargaron de vender las rifas. Consiguió suficiente en metálico como para reconstruir la escuela de Juanga, en la zona de Orissa, arrasada por el ciclón del 99 que mató a 100.000 personas. Para sobrevivir, las familias tuvieron que permanecer abrazadas tres días. Así pesaban lo bastante como para no salir volando, mientras desaparecían sus casas y todas las cosas de alrededor.
Los niños llegan con dependencia etílica y tardan días en dejar de llorar
Los caciques locales quieren que los pobres no estudien para explotarlos
Desde 1984, cuando el asesinato de Indira Ghandi, Neneta visita todos los años la India, ese país donde "se ríe mucho, por cualquier tontería". Donde "los niños que chapotean en el lodo también manifiestan alegría", porque, como dice Babaji, "el que está limpio de corazón ríe". Ahora va dos veces al año. En Caixanova le han dejado "acumular la reducción de jornada en meses", y todo este tiempo libre concentrado lo invierte allá. Estos días ha regresado a Cangas. Y mientras trabaja aquí ya le da vueltas a un nuevo proyecto allá: la compra de una arboleda en Pubai para construir un hogar de acogida. Porque, de momento, los 97 niños de la escuela que no pueden volver a casa a dormir tienen que hacerlo en las propias aulas, acostados sobre el suelo. En esta zona de arrozales, lagunas llenas de lotos y palmeras, el agua lo anega todo durante el monzón; y aquellos alumnos que hasta que baja el nivel no pueden cruzar a casa en barca se quedan en la escuela.
Desde su primer viaje a India, Neneta "pensaba que tenía que echar una mano", pero no sabía cómo. "No me gusta la caridad, creo que mata la iniciativa de las personas", dice. En su viaje del 99 a Orissa, los niños la guiaron, del brazo, hasta los cascotes de la vieja escuela. No le pedían nada, pero ella entendió que entre aquellas piedras se encontraba su oportunidad.
Después de reconstruir el colegio, en el año 2000, Neneta creyó que ahí acababa su misión. Sin embargo, enseguida comprobó cómo se las gastaban los profesores de siempre, puestos por el Gobierno: "Los niños de 5 a 12 años apenas aprendían a escribir y leer. Los instruían a base de varazos en la espalda". Durante tres años, a través de la cuenta que mantiene abierta en su oficina de la caja (22/37803-0), con pequeñas cuotas mensuales de los amigos, la gallega financió mejoras, uniformes y material escolar para aquel colegio.
Ya casi en 2005, una ONG estadounidense se ofreció para hacerse cargo de la escuela y Neneta se vio liberada para fundar un centro educativo al margen del Gobierno, con un estilo pedagógico muy diferente. El consejo de Babaji, el sabio hindú que había sido payés en otra vida, y el encuentro con Umesh, hoy su gran colaborador, fueron decisivos. Babaji, que va con todas sus pertenencias en un macuto, suele decir que todos los hombres deberían hacer algo de lo que se espera de ellos como seres humanos. Umesh, volcado en ayudar a los desheredados, le contó a Neneta que en Orissa existían aldeas aún más pobres que Juanga, para las que ni escuela había. Aldeas dominadas por caciques locales conchabados con el Gobierno que no querían que los hijos de campesino estudiasen, y así poder explotarlos desde pequeños.
Fue necesario fundar la ONG para juntar los 18.000 euros que costó en principio la escuela de Pubai. Se estrenó en 2005 con el nombre de María Soliña, la canguesa torturada por la Inquisición. Tiene 15 empleados y casi tantas maestras como maestros. Ahora se le ha echado una segunda planta y estudian 240 niños. Muchos llegan con dependencia etílica, porque en casa les dan arroz fermentado para saciarlos. Los primeros días lloran y cuesta desengancharlos. En la María Soliña les cambia la cara. Están más blancos. Y más contentos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.