Miami, la feria del libro y el quirófano de 'Nip/Tuck'
Si la imagen de las ciudades pudiera cambiarse con la misma celeridad con que hoy día se modifica el físico de la gente, quizás ya algunos habitantes de Miami habríamos hecho una colecta para ponerla en el quirófano de McNamara y Troy, los cirujanos estéticos de la popular serie Nip/Tuck. Desafortunadamente, transformar la "fisonomía cultural" de una ciudad y la percepción estereotipada que la gente tiene de ella es más complicado que hacer una liposucción o inflar unos senos con silicona. De acuerdo, Miami aún está lejos de ser la meca del arte y la literatura que muchos quisiéramos, pero tampoco es el pantano con el que se le continúa asociando. Puedo dar fe de ello porque vivo aquí desde hace una década y formé parte de su legión de detractores. En los últimos años, casi sin que nos percatáramos, la relación de la ciudad con la cultura ha ido cambiando: la existencia del Adrienne Arsht Center for Performing Arts, la realización anual de festivales internacionales de cine, ballet y teatro y de ferias de artes plásticas como Art Basel, más una red de bibliotecas públicas con 47 sucursales que envidiarían algunas grandes ciudades europeas son señales inequívocas de ello. Amén del surgimiento de nuevas galerías de arte, grupos teatrales y de danza, orquestas sinfónicas y pequeñas editoriales. Determinar en qué momento empezó el punto de giro, cuándo Miami dejó de ser simplemente la "capital de exilio cubano" para convertirse -además- en una plaza multicultural de creciente prestigio es tarea enrevesada. Me gusta pensar que fue hace un cuarto de siglo, cuando Mitchell Kaplan, propietario de una pequeña librería, y Eduardo J. Padrón, presidente de uno de los recintos de un college local, se pusieron de acuerdo para crear la Feria Internacional del Libro de Miami, y se las ingeniaron para convencer a los incrédulos de que esa quimera podía convertirse en realidad. En su más reciente edición, la feria, la mayor de su tipo en Estados Unidos, tuvo 250 expositores y, como es habitual, más de trescientos mil visitantes. El Programa de Autores Iberoamericanos, un verdadero lujo, contó con 70 invitados, buena parte de ellos, por supuesto, cubanos. Sin embargo, conviene recordar que aunque el número de presentaciones de libros, charlas y mesas redondas de esa sección siempre es respetable y sólo bilocándose podría uno asistir a todo lo que le interesa, las actividades en español son apenas una pequeña parte de la maratónica programación de la feria, que esta vez reunió a 400 creadores. La nómina incluyó, entre otros "pesos pesados", a leyendas como Gore Vidal y Fernando Arrabal, a Salman Rushdie y Nélida Piñon, y a dos premios Nobel: Wole Soyinka y Derek Walcott. Y también, porque en la viña del Señor tiene que haber de todo, a una Martha Stewart que -según las malas lenguas- se negó, como toda una diva, a firmar libros viejos. Los stands y los auditorios abarrotados por vigésimo quinto año consecutivo son un recordatorio de que, aunque algunos sigan reacios a admitirlo -¿desconocimiento?, ¿terquedad?, ¿mala leche?-, Miami ya no sólo es el paraíso de los compradores compulsivos y de los turistas ávidos de sol. Poco a poco, con timidez, su look empieza a variar y la palabra cultura gana espacios en la vida de la gente. En el quirófano de Nip/Tuck la transformación habría sido fulminante, pero cuando de ciudades de emigrantes se trata, los cambios suelen ser bastante complejos... -
Antonio Orlando Rodríguez (Ciego de Ávila, Cuba, 1956) ganó el XI Premio Alfaguara de Novela con Chiquita (Alfaguara, 2008).
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