El delirio
Noticias leídas en los últimos días, pequeños detalles escondidos en el interior de otras noticias más grandes:
En el puerto Eyl, base principal de los piratas somalíes (qué inquietante esta piratería ancestral que pone en jaque a las potencias mundiales supertecnológicas), se está desarrollando una floreciente economía subsidiaria, como, por ejemplo, competentes empresas de catering que se dedican a preparar las comidas para los secuestradores y sus rehenes.
Cuando la policía mexicana detuvo hace unos días en Jalisco a El Changel, uno de los líderes del cartel de Sinaloa, descubrió que el rifle AK-47 que utilizaba el narcotraficante estaba bañado en oro.
En el Congo ensangrentado y pavoroso, símbolo de la tragedia del colonialismo desde que ese rey genocida, Leopoldo II de Bélgica, exterminara a 10 millones de nativos, el líder rebelde Nkunda organiza mítines con raperos. Y así, en mitad de la bárbara guerra actual, grupos de chicos con pantalones caídos a la moda cantan y bailan rap como teloneros de las soflamas bélicas.
Un juez ha divorciado a un matrimonio inglés porque el marido había engañado a la mujer con un avatar en el mundo virtual de Second life. Fue descubierto por una detective también virtual.
Todo esto ha sucedido en la última semana, y sin duda habrán ocurrido muchas otras cosas despampanantes que no he llegado a saber. Como los seres humanos no podemos soportar el caos, nos esforzamos por inventar una vida oficial más o menos sensata, una convencionalidad en la que vivimos y de la que se nutren los titulares de los periódicos. Pero luego, por abajo, empuja la vida real, confusa, fantasmagórica, inefable. Una vida tan absurda que produce vértigo. La mayor falacia de la modernidad es creer que sabemos y controlamos algo. La normalidad es el delirio.
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