Rescate inapelable
EE UU salva Citigroup: otra muestra de la necesidad de normas financieras más estrictas
El grupo bancario estadounidense Citigroup estaba amenazado por una quiebra inminente. No se trataba de un problema de liquidez, sino de un problema de solvencia. El Tesoro americano y la Corporación Federal de Garantía de Depósitos han intervenido directamente para salvar el banco. Inyectarán 20.000 millones de dólares, procedentes del plan de rescate aprobado por la Cámara, en el capital del banco, como parte de una ampliación de capital total de 40.000 millones, además de avalar con garantías otros límites de pérdidas y asegurar activos. Las probabilidades de salvación del Citi ahora son elevadas; el mercado así lo reconoció elevando la cotización de sus acciones en más del 50%.
No es necesario insistir demasiado en que el sistema financiero debe ser salvado para evitar una catástrofe mayor. La quiebra del Citi hubiera comprometido a toda la banca estadounidense y, de paso, a la de casi todo el mundo. La intervención debe entenderse como un mecanismo de urgencia que evita daños mayores. La modalidad tampoco es discutible. El Tesoro participará en el capital, pone dinero a cambio de acciones y obtendrá rentabilidad por ello si el banco sale a flote.
La cuestión, como en casi todas las operaciones económicas o financieras claramente desiguales, está en las contrapartidas que puede obtener y está dispuesto a pedir el Gobierno de Bush y, en el futuro, de Obama. El rescate de operaciones privadas no puede ser gratuito en términos políticos y legales. La salvación del Citi permite que la Administración supervise su gestión, al menos hasta el límite de que pueda evitar operaciones de alto riesgo y remuneraciones disparatadas a cambio de resultados trimestrales inflados con contabilidad creativa. Da derecho también, en nombre de la convulsión mundial causada, a establecer regulaciones más estrictas sobre las citadas operaciones de alto riesgo y sobre el nivel de apalancamiento financiero de bancos y empresas.
No está claro que la Administración de Obama tenga fácil imponer ese nuevo orden. A diferencia de Europa, donde las tomas de capital se cobran en capacidad de decisión, Wall Street concibe al Estado como un lazarillo a sueldo que está obligado a guiarle por los periodos de oscuridad, sin capacidad alguna para regular el negocio. El desafío de Obama y de su nuevo secretario del Tesoro, Timothy Geithner, es ése: cambiar las reglas de juego.
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