La paja en el ojo ajeno
¿Quién se ocupa de los problemas que preocupan a los ciudadanos, el Gobierno de la comunidad autónoma que decide que la asignatura Educación para la Ciudadanía debe impartirse en inglés o el Gobierno de la comunidad autónoma que es capaz de cerrar un pacto con 33 entidades financieras para conseguir poner en marcha un plan de vivienda? ¿Quién se ocupa de los problemas que preocupan a los ciudadanos, el Gobierno de la comunidad autónoma que tolera que en un hospital público se difunda por los médicos que trabajan en el mismo una guía sobre el sida, en la que se recomienda la castidad y no se contempla siquiera el uso del preservativo, o el Gobierno que ha fomentado la investigación con células madres o favorecido la operación de cambio de sexo que está convirtiendo a hospitales públicos de la comunidad en hospitales de referencia de toda España?
Estaría bien que los dirigentes andaluces del PP se hicieran estas preguntas. Desde marzo de 2004 nos llevan machacando con la tesis de que los gobiernos socialistas, estatal o autonómicos, no se ocupan nada más que de problemas que no interesan a los ciudadanos, en tanto que ellos son los que se mantienen apegados a la realidad e intentan centrar el debate sobre las cuestiones que afectan al bienestar de la población.
La evidencia empírica de que disponemos, sin embargo, no avala en absoluto ese discurso popular. Llevamos muchos meses en que casi todas las iniciativas destacables de las que nos informan los medios de comunicación, y destacables en un sentido positivo, están viniendo de comunidades en las que no gobierna el Partido Popular, en tanto que las destacables en un sentido negativo están viniendo de las comunidades en que gobierna o en que ha estado gobernando hasta hace muy poco dicho partido. Lo ocurrido bajo el Gobierno presidido por Jaume Matas en las Islas Baleares es un buen ejemplo. Por no decir nada de lo que supone mantener en la presidencia de la Diputación de Castellón a Carlos Fabra.
Justamente por eso, resulta ridícula y carecen, en consecuencia, de credibilidad las campañas en que periódicamente se embarca el Partido Popular denunciando las obras de restauración del Palacio de San Telmo o la financiación de la cúpula de Miquel Barceló en la sede de la ONU de Ginebra. Mezclar la pintura de Barceló con las vacunas contra la polio o la restauración de San Telmo con la asistencia a los dependientes es un ejercicio tan demagógico como lo fue la acusación de que el Gobierno de la nación sólo se preocupaba de los banqueros y desentendía de lo que le ocurría a las familias.
Un partido de gobierno no puede olvidar que es partido de gobierno incluso cuando está en la oposición. Cuando no se tiene posibilidad alguna de llegar al gobierno es lógico que el discurso se extreme. Un partido marginal es un partido que tiene que intentar hacerse visible y para ello su discurso tiene que ser muy radicalmente diferente del discurso del poder. Pero un partido que no es marginal, que la sociedad lo reconoce como un eje esencial de la gobernabilidad, no puede comportarse de esa manera. Y si lo hace corre el riesgo de deslizarse hacia un cierto tipo de marginalidad, de irrelevancia. Algo de eso le viene pasando al PP en Andalucía. Cada vez grita más y razona menos. Ofende permanentemente mientras que pretexta que está siendo ofendido. Llevamos demasiados años oyendo los insultos que Javier Arenas, Teófila Martínez, Antonio Sanz y otros dirigentes del PP le han dirigido al presidente de la Junta de Andalucía para que consideren que nos pueden hacer creer que son ellos los ofendidos.
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