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Columna
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Preguntas sin respuesta

Andoni Zubizarreta

Dice un refrán vasco que aquello que no tiene nombre no existe. Se refiere a la necesidad del ser humano de dotar de nombre a todo aquello que le rodea y a que si no hay palabra que lo defina es porque eso no existe, no está en nuestro entorno. Me parece a mí que en esto del fútbol pasa algo muy parecido y por eso nos pasamos los días buscando nuevas definiciones para lo que cada jornada nos ofrece, intentando resumir en unas letras aquello que nos ha emocionado, nos ha decepcionado o nos ha sorprendido. No hay peor sensación que la que tienes en medio de una rueda de prensa ante una masa de periodistas que buscan la respuesta exacta a lo que el juego ha deparado y que tu mente se quede en blanco, mejor dicho, no encuentres en el archivo de las palabras ninguna que te sirva de inicio para dotar de realidad oral a lo que hace unos minutos era un conjunto inconexo de carreras.

Cuando se nos acusa a los jugadores de no aportar muchas novedades con nuestras declaraciones postpartido creo que la causa real es que muchas veces lo que de verdad nos encantaría decir, aquello que mejor reflejaría nuestro pensamiento, es un simple: "No lo sé".

Por ejemplo, escucho a Manolo Preciado disfrutar de la victoria de su Sporting en Mestalla, explicarla saboreando cada palabra, aprovechando para reivindicar a los suyos, orgulloso, feliz, satisfecho. Incluso se permitió el lujo de darse fiesta esa noche para relajarse un rato de la tensión de cada semana (¿se acuerdan de aquello de cuándo disfruta el entrenador?). Fantástico, humano, próximo. Daban ganas de sumarse al grupo del entrenador del Sporting porque con él viajaba la felicidad en estado puro.

Claro que cuando Mata hizo el segundo gol del Valencia y todavía quedaban un pequeño puñado de minutos, Manolo miraba su reloj y soplaba a las agujas del mismo para que corriesen raudas para encontrarse con el pitido final del árbitro.

Porque, vamos a ver, ¿cómo explicas al final de los 90 minutos que has jugado de maravilla, que has hecho grandes goles, que tu equipo se ha defendido con orden y concierto, que has dominado el juego de cabo a rabo, si en el último minuto a la salida de un córner se le ocurre al Villa de turno cazar ese remate inverosímil que convierte una victoria espectacular en un empate meritorio?

Sólo porque todo esto no es más que fútbol, porque esto es un deporte maravilloso pleno de emociones y de ilusiones, que depende la mayor parte de las veces de un número escaso de goles, lo que permite al peor situado tener siempre una opción para la victoria.

Miren el maravilloso ejemplo del Real Unión que la pasada semana nos ha recordado por qué la Copa tiene un prestigio unido a la sorpresa y a la alegría de lo inesperado. Hermoso ejemplo para los que opinan que el espíritu de la Copa estaba muerto, hermosa respuesta para aquellos que cuando llegan los cuartos de final echan siempre de menos a los grandes de nuestro fútbol. Grande, muy grande fue la explosión de alegría de Irún similar a la que se dio en El Ejido al eliminar al Villarreal.

Claro que las alegrías de unos se suelen convertir en preguntas, muchas veces sin respuestas, para otros.

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