_
_
_
_
_
OPINIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Juan Cruz La foto

Juan Cruz

¿Qué le ha pasado a Aznar?

Su enfado se sale de las fotos. La última foto descuidada fue la que se hizo con Bush, en las Azores. La foto de las Azores. Ahora va el hombre azorado.

Un semanario británico, The Economist, publicó la foto famosa, y predijo que los tres -Bush, Blair, Aznar- iban a caer. Han ido cayendo. En aquella fotografía sólo se ve que confía, sin temor al ridículo; sonríe, apoya Bush su mano en el hombre, él se sale, está feliz. Por eso aquella noche habló en tejano.

Se lo podía permitir todo; creyó que España estaba ya en la historia del mundo; cuando alguien piensa eso de su propio país, y manda en su país, se considera con tanto poder como para poder perpetuar la sonrisa en una foto. Y decir: "Aquí estoy yo".

Lo dijo. Y volvió diciendo lo mismo que decía Bush. Antes lo dijo con el acento de Bush, y luego, cuando llegó a España, lo dijo con su acento: terminante, solemne, fatuo. Aznar se infatuó. Pasó de ser aquel personaje que miraba, tranquilo, los escaparates de zapatos en la calle de Serrano a ser ese hombre que ponía los zapatos sobre la mesa, fumándose un puro con -¿con quién iba a ser?- Bush.

En la gimnasia de los músculos y en la gimnasia de la política sacó pecho siempre con los grandes; incluso compitió -¿con quién si no?- con Bush a ver quién marcaba más paquete gimnástico. Le rompió el labio del alma su mentira más famosa: hay armas de destrucción masiva, mire mis labios; como fue mentira, y él no puede consentirse un fallo, nunca lo ha dicho; el arrepentimiento no figura en su diccionario de sinónimos.

De modo que en esa foto su flequillo alargado deja en la memoria la sombra de una mentira. Fue tan arrogante que incluso se permitió querer meter en la cárcel a quienes marcó como adversarios, y ahora hasta en los banquetes va como si se le hubiera perdido algo por el camino. Él sabe qué se le perdió, por eso hace tantos aspavientos. En el Congreso de su partido, por ejemplo. Aquella entrada fue un autorretrato; nadie se recupera de tremendo patadón al sentido común y al sentido colectivo.

Lo que no se sabe es qué habrá hecho con esa foto, que fue la foto de su desgracia, la foto de la que han ido cayendo todos, hasta Bush, perdidos por la funesta manía de decir en varios idiomas lo que no era verdad ni en silencio.

Por eso se le ve enfadado, porque se siente incapaz de decir que se arrepiente, aunque sea, de haber imitado el acento de Bush antes de fumarse con él un puro cuyo humo le iba a cegar los ojos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_