"A mí la cámara me quiere"
Miqui Puig (La Ametlla, Barcelona, 1968) es al natural tan espídico como aparenta a través del televisor. Son las cosas del pluriempleo: esta semana le coincidían el final del concurso Factor X, donde ejercía de juez impertinente, y la presentación en la sala El Sol, anoche, de su apreciable nuevo disco en solitario, Impar. Ya en sus tiempos al frente de Los Sencillos despertaba adhesiones e inquinas en proporciones parejas, pero la religión catódica ha multiplicado ahora estos efectos. Con todo, se considera un tipo discreto, tímido y amante de los pequeños placeres que ofrece la vida: vino, fútbol, motos y mucha música. En vinilo, puestos a escoger.
Pregunta. Si usted tuviera ahora 20 años, ¿se presentaría a Factor X?
Respuesta. Igual me daba la locura y decía que sí. Iba a ser un espectáculo: me encararía con los presentadores, con los compañeros... Jamás ganaría el programa, pero les daría juego.
P. ¿No es cruel ese modelo del cantante pipiolo enfrentándose al veredicto del sanedrín?
R. Ha habido concursos mucho más crueles, como ése en el que expulsaban a quienes recibieran mayores silbidos por parte del público. El error radica en creerse lo que sale por la tele. En casa existen alternativas mucho más atractivas: enchufarte el iPod, abrir un libro, follar. Si aun con todo encienden la tele es porque a la gente le divierte ver las miserias ajenas.
P. En su página web se autoproclama cantante, productor e icono. ¡Toma!
R. Es que soy un icono para la estética de este país. Me lo dicen a menudo y me lo demuestra el que artistas noveles me hagan llegar sus grabaciones todos los días. He tenido éxito y eso conlleva que algunos periodistas te crucifiquen, pero... así funcionan las cosas.
P. ¿Cuántos castings de ésos ha superado usted?
R. Muchos. En el caso de Factor X, hasta tres: uno de estilo, otro de verborrea y una prueba de cámara conjunta al lado de Jorge Flo y Eva Perales. La cámara te quiere o no te quiere, y yo estoy en el primer grupo.
P. En cuanto al estilo, ¿quién le elige esos pañuelos?
R. Yo solito. Forman parte del personaje, acentúan ese punto estético cercano a los años cincuenta y sesenta.
P. Ese personaje suyo parece un tipo tierno, socarrón, melancólico... ¿En qué proporciones?
R. Olvida que también soy borde. La melancolía proviene de mi condición de Cáncer: tierno, sí, pero algo encerrado en sí mismo. La mía es una bordería autoprotectora.
P. Este otro oficio suyo de sabiondo televisivo, ¿ayuda o entorpece su carrera musical?
R. Ni me lo planteo. He llegado al punto en el que sólo quiero divertirme con cosas que me la pongan dura, ya sea un buen rocanrol o unos vinos con los amigos.
P. De entre los números impares, ¿le parece más prometedor el uno o el tres?
R. El tres. Me gusta más la suma que la individualidad. El uno siempre suena al campeón y yo nunca he pretendido que me consideren una estrella.
P. Uno de sus nuevos temas se titula Hooligan. ¿En qué aspectos se comporta como tal?
R. El hooliganismo bien entendido es un acto de militancia, un ejercicio de camaradería. Ese concepto me atrae. Yo soy culé, pero admiro el romanticismo de los seguidores del Sporting de Gijón, que apoyan a los suyos así estén en Primera o en Tercera.
P. ¿Ha escuchado en los karaokes alguna versión de Bonito es que supere la original?
R. No, pero no los frecuento: me dan una vergüenza horrible. Con Los Sencillos se empeñaron en llevarnos a uno en Salamanca y pasé toda la noche colorado como la grana.
P. Al final, a falta de un concursante como Miqui Puig, este Factor X lo han ganado los Vocal Tempo. ¿Merecido?
R. Sí. Es el triunfo de los artesanos. También podría habérselo llevado mi chica, Dunia, que era pura sensualidad, o ese talento futurible que se llama Gera. El resto eran la España del pueblo, la del yo-voto-a-mi-vecina.
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