'Bel canto'
Estoy perdido en algún lugar del inmenso teatro del Liceo. He tomado tres ascensores que me han llevado a pasillos misteriosos, y al final, he terminado en una sala bordeada de camerinos. De la pared cuelga un monitor que muestra el escenario. Hay gente ensayando, músicos tocando. Puedo verlo, pero no puedo llegar a él, como si existiese en otra dimensión. Todo tiene cierto aire a la película El show de Truman.
De repente, en el aire se oye una voz:
-Marcellina, por favor, a escena. Marcelina, please to stage.
De uno de los camerinos sale Marcellina, una rubia que camina cantando con todo su diafragma. Decido seguirla en busca del escenario.
El montaje de una ópera es como un lanzamiento espacial. Un ejército de técnicos con micrófonos inalámbricos revisa pantallas y presiona botones. Uno atraviesa las bambalinas con un carrito como los de la superficie lunar. Un escenario movible representa un bosque, y detrás de él se eleva la fachada de un edificio. Levanto la cabeza. El techo está tan alto que no alcanzo a verlo. En algún lugar ahí arriba brillan luces de colores, como estrellas en la noche.
El montaje de una ópera es como lanzar un cohete. Un ejército de técnicos revisa pantallas y presiona botones
-Cuidado donde pisas -me dice el barítono colombiano Valeriano Lanchas-. A los lados del escenario hay ascensores para escenografía. Si los bajan hasta el fondo, la caída puede ser de 100 metros.
Me acuerdo de El fantasma de la ópera. Calculo que, bajo tierra, el teatro debe de llegar hasta el mismo infierno.
Valeriano es mi guía en el Liceo, aunque él mismo nunca hizo el recorrido que se ofrece a los turistas:
-He estado otras veces en Barcelona, pero nunca hice el tour guiado. Siempre me dije que cuando viniese a este teatro, sería para cantar.
No es para menos. El Liceo tiene una de los mejores programas del mundo.
-El nivel de los elencos cada temporada es tan alto que resulta imposible decidir qué cantante es el mejor en cada montaje-, explica Valeriano.
Esta semana, él debuta aquí con el papel de Antonio en Las bodas de Fígaro. Pero de momento, durante una pausa de los ensayos, armado con un mapa y una gran dosis de sentido del humor, me enseña el lugar, empezando por los palcos primeros, que están prácticamente encima del escenario:
-Estos palcos existen en todos los teatros antiguos con forma de herradura. Son los lugares más exclusivos, pero no son los mejores para ver el espectáculo, porque están casi de cara al público. Eso sí, son perfectos para que lo vean a uno ahí sentado.
Alrededor de la sala hay otros palcos, más pequeños, que se cierran con llave e incluso tienen una ranura para tarjetas, como en los hoteles. Algunos cuentan hasta con recibidor.
-Hace años -dice Valeriano- leí que las encargadas de limpieza encontraban de todo en los recibidores: botellas vacías, condones usados...
-¡Guau! Tampoco se puede hacer tanto durante una ópera, ¿no?
-Bueno, según. Algunas obras de Wagner dan tiempo para una orgía. Y como fondo musical, son apoteósicas.
Pasamos al Salón de los Espejos, una habitación con suelos de mármol y columnas griegas, donde el público se reúne a comentar la obra durante los intermedios. Del techo cuelgan lámparas en forma de enredaderas florales, y entre ellas, las musas del arte disfrutan de un paisaje bucólico de cascadas y bosques. Las paredes llevan inscritos elogios de la música en letras doradas. El más conmovedor reza: "La música es el único placer de los sentidos del cual no puede el vicio abusar".
Antes de terminar el receso, volvemos a subir al escenario. Ante nosotros, la herradura que alberga a más de 2.000 personas, las pinturas en el techo, las lámparas que parecen sonrisas dentadas, lucen majestuosas.
-Pararte aquí impone mucho respeto -dice Valeriano-. Te enfrentas a un público exigente y todo lo que piensen de ti puede depender de unos segundos, de un matiz o de un error.
Y sin embargo, después de recorrer los salones y los palcos, la platea parece un espejo del escenario, un espacio donde se desarrolla otro espectáculo, no siempre tan melodioso, pero a menudo tan divertido y dramático como el que sube a escena.
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