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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'Action hero' y santo

El impulso de establecer jerarquías culturales es tan poderoso que incluso quien lo cuestiona no se libra de él: en su denso y brillante ensayo Afterpop, Eloy Fernández Porta -que acaba de publicar el más ambicioso, si cabe, Homo Sampler- establecía una distinción entre alta y baja cultura pop que, como mínimo, podría tildarse de problemática. Ante una película tan gratamente desestabilizadora como JCVD de Mabrouk El Mechri, cabe preguntarse si este tipo de subdivisiones no reiteran, en otra clave, las inercias de una tradición que siempre vio alta y baja cultura como realidades excluyentes. JCVD convoca, en un laberinto temporal filotarantiniano, a Van Damme (el icono) y a Van Damme (el juguete roto) para proponer una estrategia sofisticada que, pese a funcionar como pieza de género, alcanza sus cimas a la sombra de Bergman -aboli-ción de la cuarta pared, monólogo a cámara- y Bresson -ese plano final que parece remitir a Pickpocket (1959)-. El resultado es una deslumbrante lección práctica sobre las dificultades de determinar el auténtico valor -que no el precio- de Van Damme como icono cultural: El Mechri logra la transubstanciación de un héroe de saldo -aunque habría mucho que discutir al respecto- en discurso complejo.

JCVD

Dirección: Mabrouk El Mechri.

Intérpretes: Jean-Claude van Damme, Zinedine Soualem, François Damiens, Karim Belkhadra.

Género: drama. Bélgica, Luxemburgo, Francia, 2008.

Duración: 96 minutos.

JCVD podría formar un buen programa doble con esa película de atracos para una incipiente cultura mediática que fue Tarde de perros (1975) de Sidney Lumet: si allí el personaje de Al Pacino vivía, de forma comprimida, la emergencia y la putrefacción de una fama instantánea, aquí Van Damme comparece como el emblema de una fama demolida, entre ofertas profesionales a la baja y luchas legales por la custodia de su hija. El clímax llega cuando el icono se rompe, llora y confiesa privadas turbulencias para emerger reconvertido en figura sagrada: el action hero como entidad para el sacrificio, como una nueva forma de santo. Es posible que todo sea una elaboradísima broma, pero la conmoción es verdadera. Y la redención de Van Damme, incluso para quienes jamás le prestaron atención, es inapelable.

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