Transición y recesión USA
Una vez que se conozca el nuevo presidente y la composición de las dos cámaras del Congreso, se iniciará la siguiente fase de la historia de Estados Unidos: una etapa corta de apenas unas semanas, el interregno entre que el presidente electo deje de serlo y devenga en presidente ejerciente. Pocas veces en un periodo tan corto ha sido imprescindible la presencia en la Casa Blanca de alguien con capacidad de liderazgo e ideas claras, que dé carta de naturaleza a una política económica anticíclica y no errática para sacar al país de una recesión que amenaza con no ser corta ni ligera.
El deterioro de las variables económicas fundamentales en Estados Unidos es tan rápido como en el resto del planeta. Una de las características centrales de esta crisis económica es que muta de sus características con gran velocidad. Apenas anteayer adquiría la fisonomía de una estanflación (alta inflación con crecimiento cero o decrecimiento del producto interior bruto) y hoy se parece más a una depresión con deflación debido a la caída del precio del petróleo y el resto de materias primas, incluyendo las alimenticias. Las últimas cifras macroeconómicas de Estados Unidos, correspondientes al tercer trimestre del año (que todavía no son definitivas por lo que, con mala suerte, podrían ser peores) indican el principio de una recesión: el PIB se redujo en términos interanuales un 0,3%, lo que contrasta con lo que sucedía un trimestre antes: el PIB crecía al 2,8%. Desmenuzando este porcentaje se encuentra una fuerte caída del consumo (la primera desde el año 1991), de la vivienda y de los ingresos personales (un 8,7%, el peor dato desde que se comenzó a utilizar este indicador, en el año 1947).
Se va a pagar a accionistas bancarios con dinero público. Extraordinaria redistribución de rentas
El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, manifestó hace unos días la urgencia de un plan de estímulo para las familias, ciudadanos y empresas estadounidenses. Sería el segundo en menos de un año: en febrero pasado se aprobó una inyección de 168.000 millones de dólares (132.000 millones de euros), en forma de devolución de impuestos a los ciudadanos a través de un cheque de 600 dólares y ventajas fiscales a las empresas que invirtiesen.
Febrero parece la prehistoria. De entonces a hoy se han instrumentado las medidas de salvamento a los bancos en dificultades por valor de 700.000 millones de dólares (520.000 millones de euros). Conforme avanzan los días, más sectores productivos se añaden a la cola de las ayudas: después de los bancos, las aseguradoras, luego la industria de Detroit cuyo colapso podría terminar con alguna de las grandes compañías de automóviles de EE UU, etcétera. La pregunta es cuándo llega el turno de los ciudadanos afectados por el pago de una hipoteca, muchos de los cuales están siendo desahuciados de sus casas por no poder pagarla.
La sensación de algunos contribuyentes de ser los grandes olvidados del maná que desciende de la Administración Bush se agranda conforme se conocen algunos detalles del plan Paulson. Hace escasos días, las nueve principales entidades financieras de Wall Street y una decena de bancos regionales llegaron a un acuerdo para ser nacionalizadas en parte, voluntariamente, mediante la inyección en su capital de 125.000 millones de dólares (98.000 millones de euros) de dinero público. El secretario del Tesoro ya ha anunciado que quiere dedicar al menos el doble de esa cantidad (de los 700.000 millones aprobados por el Congreso) a esta nacionalización. Pues bien, el 52% de la cantidad inicial va a ser gastada por los bancos en el pago del dividendo a sus accionistas. Con el dinero de millones de contribuyentes se va a pagar a centenares de miles de accionistas bancarios. Extraordinaria redistribución de las rentas.
El segundo plan de estímulo dependerá del nuevo presidente y de su poder en la Cámara de Representantes y en el Senado. Sea quien sea, habrá de incluir avales públicos y ayudas para mejorar el acceso al crédito de los consumidores, los propietarios de viviendas, las empresas. Entre ellas, más fondos para que Freddie Mac y Fannie Mae (ahora agencias estatales, tras su nacionalización) faciliten las hipotecas a los hogares con menos recursos.
La herencia económica que recibe el nuevo presidente es catastrófica. Y algunas de las herramientas para salir de ella, como la política monetaria, con escaso margen de maniobra. En este contexto habrá de olvidar su programa económico máximo para centrarse en sacar al país de la recesión.
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