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OPINIÓN
Columna
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'Formaciones G'

Joaquín Estefanía

Hay al menos otro motivo, poco mencionado hasta ahora, para que España esté en la lista de países que participarán en la reunión inaugural para construir un nuevo orden económico internacional: la ruptura con una historia aislacionista que orilló a nuestro país de las corrientes monetarias principales al menos en dos ocasiones. La primera en 1883, cuando el abandono de la convertibilidad en oro de la peseta y la instauración de un patrón fiduciario y tipos de cambio flexibles separaron a la economía española del patrón oro vigente hasta 1914. En 1944, España no estuvo en la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas; dos años después, tras una resolución de la Asamblea General de la ONU, nuestro país quedaba excluido del sistema monetario de la posguerra.

España también debe estar en Bretton Woods II para romper con una doble historia de aislamiento monetario

Lo cuentan los profesores Hernández Andreu, Asensio del Arco y Carmona González en su libro España y Bretton Woods (Delta Publicaciones, 2006), en el que analizan cómo la incorporación de España a los organismos económicos internacionales no se produjo hasta el año 1958, cuando moría el primer franquismo. Esta razón histórica no importa al resto de los países, pero debe dar fuerza a Zapatero para reivindicar la presencia en lo que se ha denominado Bretton Woods II: significaría un último paso hacia la normalidad, después de un largo aislamiento.

Las formaciones G, como las denominó el economista del FMI Jacques Polak (G-5, G-7, G-8, G-20...), son una especie de clubes privados de países sin estructura orgánica. Nacidas en 1975 con cinco países (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia y Reino Unido), se hicieron mayores de edad una década después, incorporando a Canadá e Italia. Pero de cada una de ellas no se ha desenganchado nunca nadie -por ejemplo, al ser superadas en riqueza por otros países, o al aparecer otros más representativos o más fuertes que los fundadores- sino que se han añadido otras naciones. En 1944 participaron 44 países, aunque la iniciativa la llevaron Reino Unido y Estados Unidos (representadas por Keynes y Harry D. White), que llevaban muchos meses negociando lo que allí se maduró durante tres semanas.

La reunión de los días 14 y 15, cuyo anfitrión es el finiquitado George Bush, no será más que la primera parte de un plan que durará más tiempo y que deberá ser avalado por la ONU, aunque le dé urticaria al todavía inquilino de la Casa Blanca. Habrá de ser un plan multilateral y no un acuerdo tomado por un club selecto de países, aunque entre ellos estén casi todos los importantes. En ella, además de las reformas de los organismos multilaterales, habrán de incluirse las nuevas normas de regulación del sistema financiero, para que desaparezcan las zonas de sombra y fuera del balance que están en el origen de la gigantesca crisis que empezó por las hipotecas subprime, pero que -hoy lo sabemos- podía haber arrancado por cualquier otro producto financiero opaco y fuera de control.

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