Templos enrocados

Existen lugares cubiertos por un halo de magia que se entremezcla con la grandiosidad del paisaje. Lugares de mitos y leyendas... Uno de estos lugares se encuentra enclavado en el corazón de Oriente Próximo. Protegido por enormes guardianes de piedra y sepultado por las arenas del tiempo y el olvido, surge la ciudad perdida de Petra.

Nos da la bienvenida un desfiladero de infinitas paredes, capaces de rasgar la cúpula celestial con sus afiladas agujas. El Siq se gana el respeto de cuantos viajeros se atreven a entrar en su interior camino de lo desconocido. El pequeño sendero, que surge entre los gigantes escarpados, serpentea entre las fauces de la montaña siendo engullido por el voraz monstruo de piedra y roca. Tímidos rayos de sol se filtran por las aberturas que deja el desfiladero arrojando matices de color sobre las paredes. Naranjas, rojos, blancos, se mezclan en una amalgama imposible, un espectáculo para los ojos del viajero.

Un fantasma surge entre las sombras. Un espectro blanquecino asoma sus facciones por entre las rocas. Primero el friso, luego las columnas, así hasta caer rendidos ante una belleza inimaginable. Bienvenidos a Petra.

En lo alto de la montaña se esconde el último tesoro de la ciudad... 790 escalones separan al visitante del monasterio; un templo parecido al tesoro pero que sorprende tanto o más que él, no sólo por sus formas sino también por el enclave elegido por los nabateos para esculpirlo. A lomos de una inquebrantable montaña rodeada de unas magníficas vistas. Según avanza la tarde, las paredes de la ciudad abandonan sus tonos pálidos para adoptar un rosa fuerte. Regio. Como el lugar. Nos despedimos de Petra sin dejar de volver la cabeza hacia atrás, sin perder de vista las columnas... Poco a poco se van ocultando para adormecerse al resguardo de las paredes que la han protegido durante más de mil años.

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