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A TOPE | Fin de semana
Columna
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Indocumentado

No tengo carnet de conducir. No soy de los que se lo sacaron a los 18 años y luego no han cogido el volante desde el examen. Sencillamente, no he conducido en mi vida. No me gusta la idea de llevar una máquina de semejante potencia y peligrosidad y que te esclaviza con el precio de la gasolina, el seguro y, sobre todo, el aparcamiento.

Uno de mis peores recuerdos infantiles es acompañar a mi padre durante horas buscando sitio para el coche en el centro de Bilbao. Yo le veía sufrir tanto a mi pobre padre que en ese momento decidí lo siguiente: yo no voy a conducir jamás. También ha ayudado bastante el hecho de tener novias conductoras. A mi lado siempre ha habido una encantadora dama con carnet que solventaba los grandes desplazamientos mientras yo, en el asiento de copiloto, me dedicaba a sacarle humo al radiocassette. Otro motivo que reforzaba mi objeción al permiso de conducir era una teoría de un amigo director. Decía que los buenos directores de cine no conducen. Sostuvo esa afirmación hasta que se compró un coche. Desde entonces no ha vuelto a decir nada hablar del tema. Lógico.

Mi indocumentación me lleva automáticamente a ser un defensor acérrimo del transporte público. A lo largo de mi vida he cogido miles de autobuses, metros, tranvías y trenes. Y a mis razones para utilizarlo sumo una muy importante: cuando estás montado en un bus es uno de los pocos momentos en que puedes leer tranquilamente. No soy un lector de cama. A las dos líneas me entra un sueño brutal. Imagino que le pasa a mucha gente. Lo que sí soy es un lector de retrete y de la loquísima combinación de metro-tren-bus que te lleva a tu lugar de trabajo. Conozco a gente cuya cultura ha crecido por el simple hecho de tener la oficina en el extrarradio y verse obligada a pasar una hora en tren. ¿Qué haces? Pues lees.

Lo que más me emociona es ver cómo muchas personas se pasan de parada por estar tan enfrascadas en la lectura. Imagínate que estás leyendo las últimas páginas de El juego de Ripley, de Patricia Highsmith, y el autobús llega a tu parada. ¿Cómo te vas a enterar de que te tienes que bajar si estás ahí a tope con lo que le va a pasar a Tom Ripley en su lucha contra la Mafia? Acabas el libro, levantas la vista y te das cuenta de que estás en cocheras.

Pero leer no es el único motivo por el que utilizo transporte público. También hay otras cosas maravillosas que hacer. Como poner la oreja a las conversaciones de la gente. ¿De dónde creen que saco las ideas para mis guiones?

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