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Livni se rinde y llama a votar en Israel

La ministra de Exteriores renuncia a formar Gobierno ante el "chantaje" de los ultraortodoxos - El presidente Simon Peres deberá fijar fecha para los comicios

La era de los gigantes políticos en Israel murió en enero de 2006 con el coma cerebral de Ariel Sharon. Ningún dirigente es capaz ahora de arrastrar masas y de imponer su prestigio a una clase política propensa a las más turbias artimañas. Por primera vez en dos décadas, una dirigente, Tzipi Livni, intentaba formar Gobierno sin someterse al veredicto de las urnas. Ha fracasado, víctima de la "extorsión" financiera y política -las eventuales concesiones sobre Jerusalén- de un partido ultraortodoxo judío. Salvo sorpresa mayúscula, habrá elecciones a mediados de febrero. Estará sobre el tapete un corrimiento a la extrema derecha o la continuidad de una coalición entre el centrista Kadima y los laboristas que no se ha esforzado por marcar un sendero diferente.

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El electorado israelí, tradicionalmente muy fiel a la cita electoral, abomina hoy de sus políticos, y el Estado sionista afronta los comicios sacudido por la incertidumbre económica y las perennes inquietudes respecto al programa nuclear iraní, la consolidación de Hamás y el creciente poderío de Hezbolá.

Livni acudió ayer por la tarde a la residencia oficial del presidente, Simón Peres, para formalizar su preferencia por el anticipo electoral. "Sé que el tiempo no ayudará a avanzar en las negociaciones sino a prolongar la incertidumbre", afirmó en conferencia de prensa tras su reunión con Peres. "La opinión pública", destacó, "está harta de politiqueo. Si creyera que el tiempo habría traído una solución, lo habría intentado".

En realidad, la jefa de Kadima ha batallado en múltiples frentes para forjar la ansiada alianza mayoritaria de 61 diputados. Le costó arrancar el pacto al líder laborista, Ehud Barak. Pero resultó imposible aproximar al grupo ultraortodoxo sefardí. "No podemos ceder al chantaje", dijo en alusión a la exigencia del Shas de excluir Jerusalén de la negociación con la Autoridad Palestina.

Livni arremetió ayer con extrema dureza contra el presidente del Shas, Eli Yishai: "¿Qué quiere, destruirlo todo? ¿Hay algún líder que pueda anunciar que no se hablará sobre Jerusalén? Eso acarrearía una violencia que inundaría Oriente Próximo... Tengo una responsabilidad. Quería formar Gobierno y propuse ofertas adecuadas en el ámbito social. Pero hay un límite. No voy a ceder a la imposición de cualquier partido".

La aspirante a emular a Golda Meir -la primera jefa de Gobierno en Israel, cuatro décadas atrás- decidió plantarse y no agotar el plazo para pactar el Ejecutivo. Ha preferido cultivar su imagen de líder laica e independiente que someterse a los sectores ultrarreligiosos.

Pero los enemigos acechan. Se enfrentó a Ehud Olmert, jefe de su partido hasta septiembre; sus relaciones distan de ser idílicas con Barak. Y el ex general Saul Mofaz, derrotado en las primarias de Kadima hace mes y medio, se la tiene jurada. Mofaz se reunió en secreto con varios partidos, entre ellos el Shas. Livni se enteraba por la prensa. Y otro ingrediente ha jugado en contra de esta mujer de 50 años. El machismo de la sociedad israelí -flagrante entre los rabinos de los partidos religiosos- no le ha ayudado. La ministra de Exteriores sólo cuenta con su popularidad en la calle. No es poco. En eso confía.

No se privó Livni de lanzar un dardo contra quien se percibe como su principal rival en la contienda electoral, el líder del Likud, Benjamin Bibi Netanyahu: "Hay dirigentes dispuestos a pagar cualquier precio. Yo no vendo al Estado y a sus ciudadanos para convertirme en primera ministra". No es un secreto que Bibi ha cortejado sin disimulo a los ultraortodoxos. "El Shas será el primer invitado a la coalición de Gobierno tras las elecciones", ha proclamado. Buena falta le hacía preparar el terreno, pues fue el jefe del Likud quien como ministro de Hacienda, hace un lustro, redujo drásticamente las subvenciones que se concedían a las familias numerosas, la principal exigencia del Shas a Livni. Muchos analistas opinan que las negociaciones del Shas con Kadima han sido una farsa, que todo lo había cocinado de antemano con el Likud.

Los comicios serán una prueba de fuego para el maremágnum que es Kadima. Y más cruciales para el Partido Laborista. Hegemónico durante las primeras tres décadas del Estado israelí, su declive parece imparable. Si los sondeos reflejan la realidad, puede convertirse en un grupo marginal. Ambos partidos lucharán por el mismo pedazo del cuerpo electoral: los laicos que creen en un compromiso territorial con sirios y palestinos. Será una lucha encarnizada de todos contra todos.

Escribía ayer el analista de Maariv Ben Caspit: "Estamos atascados en una crisis de liderazgo deprimente, con un sistema de Gobierno imposible. Una mezcla apestosa de ambición, intereses estrechos, corrupción e intrigas. Es un país ingobernable, el único en el mundo que dedicará los próximos meses a una campaña electoral estrafalaria en lugar de al esfuerzo nacional para la supervivencia económica".

El presidente israelí, Simon Peres, saluda a la ministra de Exteriores y líder de Kadima, Tzipi Livni, en Jerusalén.
El presidente israelí, Simon Peres, saluda a la ministra de Exteriores y líder de Kadima, Tzipi Livni, en Jerusalén.EFE

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