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Columna
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La romería

Ya estamos otra vez de romería. No salen de una cuando ya entran en otra, en un festejo permanente de la dueña Dolorida. Pues lo que se celebra es lo mucho que se sufre, e interprete cada cual como sepa y pueda ese dolor gozoso que no cesa. Tal vez sea que remuerda la felicidad al modo jesuítico y tenga uno que recordar por ello que el festejo es purgativo. O acaso todo sea una perpetua anticipación mesiánica de la tradición restaurada, de esa parusía que se reivindica. O acaso todo no deje de ser una solemne tomadura de pelo. Pues es el caso que el próximo día 25 los del tripartito y adhesivos van a montar un precioso espectáculo para celebrar lo que no han podido celebrar. No nos cabe duda de que quedará maravilloso para los teleberris y que tendrá la vistosidad de una ceremonia de clausura olímpica. Porque de clausura sí que va a ser, pero de clausura de una legislatura que no tiene otra cosa que ofrecer salvo eso: una sopa de letras rodada desde un aeroplano. Esta legislatura que ya acaba se reduce a eso, y ése es su logro, una romería.

¿Culminaría esa romería en Gasteiz sin la aprobación de nuestro Estatuto, que la convirtió en capital y sede?

Les cuento. Desde Gernika a Gasteiz van a escribir un texto formado por ciudadanos en un acto que "consiste en ubicar, físicamente sobre el territorio, tanto la definición del sujeto político como las preguntas de la consulta prohibida y las respuestas que proponemos a dichas preguntas". En definitiva, que lo que van a ubicar son seis palabras, una en cada estación del vía brucis, palabras que son éstas: "Euskal, Herria, Bakea" -síntesis (sic) de la primera pregunta de la consulta-, "Bai, Erabakia" -síntesis de la segunda pregunta- y "Bai". Tras el acto se recogerán firmas para enviarlas al país de Nunca Jamás, donde serán guardadas por Wendy, Campanilla y Peter Pan en caso de que el emisario pueda llegar a tiempo, pues ya se sabe que entre Gernika y Gasteiz media una eternidad, la que hay entre el mito y la realidad, y no digamos la que puede mediar entre Gasteiz y el país de Wendy, que es la que existe entre la realidad y el sueño.

Celebrar lo que no se ha podido celebrar para no celebrar lo que sí se debería celebrar, ésta es en síntesis la sustancia del festejo. Y es también un buen ejemplo de lo extremadamente retorcido que es el cacumen nacionalista, que se pasa la vida deconstruyendo lo que él mismo inició, resemantizando en una serie ilimitada acontecimientos que los hacen vivir en un pasado incontinente. Toda su tarea, incluso la de gobierno con Ibarretxe, se centra en eso. Celebrar es para ellos revivir la herida que previamente han figurado, porque el pasado sólo existe en tanto que herida inagotable, aunque haya que inventarla. Es esa herida a suturar la que les construye el presente, que se da en, por y para ella. Pese a todo, el presente se les cuela con frecuencia en sus autos sacramentales sobre el pasado a redimir.

¿Qué es lo que no se celebra en este 25 de octubre que se constituye de forma tenaz, gracias a sus esfuerzos para ocultarlo, en la fecha de celebración por excelencia de este país? Lo que no se puede celebrar es el mito, dada su negatividad -el mito de la abolición foral-, pero es justamente lo que se celebra, aunque en negativo, para ocultar de esa forma el acontecimiento fundacional de nuestro presente -el Estatuto-, acontecimiento creador de realidad. Ésta, la realidad, ha de ser negada en su validez para que no eclipse al mito como generador inagotable de ganancia -y de dolor, lo que hace que todas estas romerías resulten ofensivas-. La realidad, sin embargo, se impone ineludible, y la realidad se llama Vitoria-Gasteiz. ¿Qué lugar ocupa Vitoria en la textura del mito? Ninguno, a diferencia de Gernika. ¿Culminaría esa romería en Gasteiz sin la aprobación de nuestro Estatuto, que la convirtió en capital y sede de nuestras instituciones? Casi con toda seguridad, no. Gasteiz impone la realidad de lo que se celebra. Y lo que se celebra en Gasteiz es, sólo y nada más, el aniversario de la aprobación de nuestro Estatuto. Mal que les pese a algunos.

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