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Columna
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Patria potestad

Nunca he comprendido que el ser católico implique la negación del avance y el progreso en la ciencia. La palabra religiosa, que debería presumirse cargada de esperanza, no lo está siendo. Históricamente ha sido así, y al día de hoy sigue siéndolo. Una sencilla mirada hacia el pasado casi llevaría a renunciar a ser creyente; no sólo del catolicismo sino de cualquier confesión. La fe, la esperanza en vivir más allá de la muerte y la aceptación de tantas promesas que nadie sabe si se cumplen o no, hacen que muchas personas no se detengan; que dejen en un segundo plano de interés una historia de intolerancias que, de no darse esta fe ciega, se rechazarían por irracionales. Ahora, en presente, sin necesidad de recordar tantos casos que la ciencia ha demostrado que son ciertos aunque a algunos les haya costado la muerte a manos de la iglesia oficial y no les hayan beatificado, se sabe que la Tierra gira alrededor del sol, y que sus giros no niegan la existencia de Dios. Tampoco la debe negar una medicina por permitir que unos padres den a luz hijos sanos y puedan vivir sin sufrir una enfermedad hereditaria. Es verdad que esta realidad no ha resultado de un milagro sino de los avances médicos, aunque el nacimiento haya tenido lugar en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Pues bien, al igual que antes con el sol, ahora toca escuchar el cuento de nunca acabar de que la noticia de este nacimiento ofenden la dignidad (sic)del embrión humano y gente tan religiosa ocupa su tiempo en ofender a este bebé.

No comprendo nada. El tiempo ha pasado y los cordones umbilicales, las células madres que dan vida, no se pueden tirar a la basura. Y lo peor es que, por lo que representan estas ofensas contra la ciencia y sobre todo para padres y pequeños, son aceptadas a pies juntillas por algunas asociaciones. Una aceptación, mal que pese, nos lleva al sinsentido de otras prohibiciones religiosas que muchos fieles admiten sin plantearse su irracionalidad: las de no comer cerdo o no aceptar trasfusiones de sangre en caso de peligro de una vida pueden servir de ejemplo. Esta segunda, por cierto, ha dado lugar a que algunos jueces, a instancia del ministerio fiscal, autorizaran las trasfusiones, sustituyendo la voluntad de aquellos padres que buscan la salvación eterna y se olvidan de que primero es la del día a día. No sé, tal vez habría que preguntarse si el fiscal tendría que intervenir de alguna forma si la ciencia, que puede hacer estos milagros de curar enfermedades, y unos padres, por seguir opiniones religiosas, dejan morir a sus hijos de una enfermedad curable.

Después de todo y conforme a la legislación civil, que no divina, la patria potestad establece una serie de obligaciones de los padres hacia los hijos. La salud no es el menor de ellos. Lo cierto es que el tiempo juega a favor de la claridad. Además las personas en general ya no somos ni súbditos ni fieles sumisos.

El analfabetismo ha pasado y los ciudadanos hemos decidido regirnos por nuestras leyes civiles; queda lejos aquello de que el hombre gane el pan con el sudor de su frente y la mujer emplee su tiempo en parir con dolor. Ahora unas y otros ganan el pan; las más creyentes se dan una de epidural y hay permisos de paternidad y maternidad. Un mínimo sentido común impide aceptar manifestaciones de rechazo sobre este nacimiento; son tan faltas de inteligencia como las de prohibir colocarse un preservativo para evitar el contagio de enfermedades de transmisión sexual. No estaría nada mal que se asumiera con naturalidad que los milagros que hace la ciencia no impiden los de los santos, sólo los complementan.

Deje la Conferencia Episcopal y algunas asociaciones que la Tierra siga girando alrededor del sol a pesar de ellas y que este niño que ha nacido cuando crezca esté orgulloso de sus padres y de haber salvado a su hermano; ambos van a saber que la Tierra gira alrededor del sol y que nadie ha impedido, con promesas de una vida mejor, vivir la que ellos tienen y están obligados a vivir con salud.

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