LA AMÉRICA CONSERVADORA SACA PECHO
"EN el Hollywood de hoy, el conservador es el nuevo gay", afirmaba David Zucker en las páginas de Entertainment Weekly. El que fuera uno de los padres del patoso teniente Frank Debrin -protagonista de Agárralo como puedas (1988) y sus secuelas- se ha empeñado en que el estreno de su nueva comedia, An american carol, sea el Stonewall particular de esta nueva minoría marginada. En una Meca del cine dominada por espíritus liberales, los conservadores se reconocen por la mirada, como los gays en una sociedad homófoba o, también, como los invasores o ultracuerpos en una pesadilla paranoica de los cincuenta. Zucker también podría ser el James Brown del facha, dispuesto a coger el megáfono para bramar: "Dilo fuerte: ¡soy republicano y estoy ORGULLOSO!".
Probablemente, la comedia no debería tener otra ideología que la de situarse a la extrema izquierda de todo, siguiendo la peligrosa ética del bufón de la corte, pero An american carol no parece sentir vergüenza alguna en enseñar el carné de patriota. La comedia de Zucker se sitúa en la vanguardia de un fenómeno emergente: el Hollywood republicano está dispuesto a salir de debajo de las piedras, sacar pecho y plantar cara a cuanto Michael Moore o Tim Robbins se ponga por delante.
MICHAEL MOORE COMO MR. SCROOGE DE LA AMÉRICA CONSERVADORA
En una escena de An american carol se ilustra uno de los posibles daños colaterales que podría traer el triunfo electoral de Obama: la cadena de tiendas de lencería Victoria's Secret acabaría transformándose en Victoria's Burka. El chiste no es malo: no en vano, Zucker, junto a su hermano Jerry y a David Abrahams, fue un gran renovador de la comedia americana con títulos como la fundacional Made in USA (1977) y la imperecedera Aterriza como puedas (1980). Su especialidad era la parodia deconstructiva, pero algún resorte transformó al viejo demócrata en feroz converso republicano y Zucker encontró acicate para reinventarse en el humor panfletario. El spot que realizó para difamar a Madeleine Albright, secretaria de Estado del Gobierno Clinton, puede encontrarse en YouTube (buscar "Zucker Albright") el gag en el que, a los sones de Kumbayá, Albright hace como que no ve a un grupo de terroristas islámicos es también magnífico. Pero da la impresión de que en An american carol la cosa se ha salido de madre: Michael Moore se convierte en su chivo expiatorio en una recreación del dickensiano Cuento de Navidad donde a este izquierdoso Mr. Scrooge se le aparecen los fantasmas de la patria (George Washington, el general Patton y Kennedy) para hacerle temblar los michelines. Con tanto cambio de chaqueta, la gracia se ha estampado contra el suelo.
CREACIONISMO Y LIBERTAD DE CÁTEDRA
Fue compañero de clase de Sylvester Stallone, escribió discursos para Nixon y Gerald Ford y se llegó a sospechar que la garganta profunda que destapó el Watergate fue la suya, pero no: la fe conservadora de Ben Stein no tiene fisuras, ni siquiera se tambaleó cuando abandonó la abogacía y su carrera política a favor del espectáculo y la comedia. Mientras Bill Maher cuestiona toda forma de fe (buena y mala) en su documental Religulous, dirigido por Larry Charles, Stein contraataca con Expelled: no intelligence allowed (en la imagen), todo un filme-propaganda orientado a desprestigiar el darwinismo -que, según él, legitima el Holocausto- a favor del ideario creacionista, que debería estar protegido de asedios liberales por la libertad de cátedra.
EL CAMINO DE CAMERON
El caso de Kirk Cameron (en la imagen) demuestra que existe la redención para todo ídolo teen de los ochenta: ateo en sus años mozos, la estrella de Los problemas crecen vio la luz en el propio set de la telecomedia y acabó afeando conducta y costumbres a sus compañeros de reparto. Felizmente casado y con una prole de seis chiquillos -cuatro de ellos adoptados-, Cameron es un hombre nuevo, con negociado propio en la iglesia evangélica -The way of the master-, equipado con todo lo necesario para la difusión del fundamentalismo: programas de radio, tele y web multimedia. Su último trabajo como actor en el melodrama ejemplarizante Fireproof (cartel en la imagen) es una prolongación de sus convicciones: un bombero dispuesto a todo para salvar su matrimonio siniestrado.
INCORRECCIÓN POLÍTICA
No hace falta llevar el republicanismo en la frente para buscarle las cosquillas a Michael Moore: incluso más de un liberal sin mácula se irritó justificadamente cuando el ego-documentalista irrumpió en casa Heston con el feo (y demagógico) detalle de la foto de una niña muerta. En Team America (2004), Trey Parker y Matt Stone, creadores de South Park, recurrieron a todo su arsenal de incorrección política para sacarle los colores al Hollywood liberal. No obstante, no pudieron calibrar los daños colaterales de su operación: luchar contra la cultura aséptica y preservativa de lo políticamente correcto implica desempolvar, en ocasiones, esos viejos lenguajes de la ofensa que suelen sonar casi siempre tan extremadamente fachas.
LA VIEJA GUARDIA
Cuando un Marty McFly venido de la década de los ochenta sorprendía, en plenos años cincuenta, al doctor Emmet Brown de Regreso al futuro (1985), éste le ponía a prueba con una pregunta: "¿Quién es el presidente de los Estados Unidos en 1985?". La respuesta (Ronald Reagan) le resultaba muy difícil de procesar: "¿El actor? Entonces ¿quién es el vicepresidente? ¿Jerry Lewis? E imagino que Jane Wyman es la primera dama. Y Jack Benny, el secretario del Tesoro". Paradigma del actor poco creíble, Reagan fue el conservador del viejo Hollywood que más lejos llegó en el terreno de la política mediático-delirante. Por lo menos, otros históricos republicanos -John Wayne, Bob Hope, Charlton Heston- lograron ser creíbles y sólidos en la pantalla.
PUÑOS DE ACERO
¿Existe el action-hero liberal? ¿No estamos, acaso, ante un arquetipo que lleva su obvia filiación ideológica tan pegada a su ADN como presta a expresar a través de la megafonía de sus puños? En ocasiones, el cinéfilo liberal tiende a querer redimir a sus ídolos de la pantalla mediante el auto-engaño ideológico: hay quien llegó a escribir que a John Wayne le
hubiese complacido Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) y quien piensa que tras Clint Eastwood hay un tipo enrollado. Por tanto, a nadie debería escandalizar la homofobia de Chuck Norris (en la imagen) o su fe en el Diseño Inteligente. Tampoco que Arnold Schwarzenegger haya, por fin, encontrado su lugar en el mundo: de hecho, su carrera política es su filmografía por otros medios. O viceversa.
CINE DE GUERRA SANTA
La pasión de Cristo (2004) fue la
primera película occidental de guerra santa, seguida de cerca por la no menos impúdica World Trade Center (2006), del presunto agitador Oliver Stone. Mel Gibson (en la imagen, a la derecha) y Jim Caviezel (a la izquierda) —respectivamente, director y estrella de esa monumental pieza de gore sacro- parecen vivir cómodamente instalados en la contradicción. El primero combina la amistad con Michael Moore y la misa diaria, opiniones trogloditas sobre lo gay y razonables pullas contra Bush y sus hipotéticas armas de destrucción masiva. El segundo quiso encarnar a Superman y dedicarle el papel a Christopher Reeve, pero también protagonizó una campaña contra la investigación con células madre que habría irritado sobremanera al malogrado actor.
ULTRACUERPOS DE LO LIBERAL
Dennis Hopper (en la imagen, abajo) y Jon Voight (arriba, a la derecha) conservan tal aureola de estrellas forjadas en los tiempos dorados de la contracultura que nadie, de entrada, les atribuiría convicciones políticas más propias de una dama sureña con plantación propia. Ellos encabezan las legiones de los ultracuerpos de Hollywood, en cuyas filas también se ponen firmes tipos como Gary Sinise -que donó 2.300 dólares a la campaña de John McCain-, o James Woods (arriba, a la izquierda) -que se enorgullece de haber interpretado a su admirado Giuliani en el biopic Rudy: The Rudy Giuliani Story (2003), de Robert Dornhelm-, o Kelsey Grammer, el Frasier televisivo que en An american carol encarna al granítico general Patton y cierra filas con sus compañeros de milicia Voight, Woods y Hopper.
REVISIONISMO ESCLAVISTA
En su día, Todd Solondz prefirió dejar en la sala de montaje un conciso epílogo para no echar más leña al fuego en su ya demasiado abrasiva Cosas que no se olvidan (Storytelling). En la escena, un par de chicas salen del Museo del Holocausto en Washington. Una está afectadísima, la otra se pregunta por qué el Holocausto pesa más en la memoria colectiva que otras masacres. De repente, reconocen (en un giro metalingüístico) al actor afro-americano que ha protagonizado la primera parte de la película de Solondz. La chica escéptica le pregunta por qué cree que no hay en Estados Unidos ningún museo de la esclavitud. "Todo es cuestión de marketing", replica el actor. Una buena lección sobre las relaciones entre Hollywood y la memoria histórica.
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