Dios con salsa y flamenquito
El cristianismo evangélico-protestante crece en España. Según datos no oficiales, facilitados por el Ministerio de Justicia, en 2008 el número de creyentes de esta religión ronda los 1,3 millones. Muchos de ellos son inmigrantes comunitarios (unos 800.000), y hay unos 400.000 españoles. Más de la tercera parte de éstos son gitanos. Durante el franquismo, la Iglesia católica consiguió que de los 22.000 evangélicos que había durante la República sólo quedaran 7.000. Con la llegada de la democracia, son cada vez más los que encuentran que esta forma de entender el cristianismo se ajusta más a sus inquietudes. Benedicto XVI se queja de que la fe se está debilitando en muchos lugares del mundo. No estaría de más que se pasara por alguno de los templos evangélicos que existen próximos a barriadas con población gitana para meditar un poco su diagnóstico.
Lo primero que acaso llame su atención sea el barullo. Cantan mucho en sus ceremonias. A las palabras del Evangelio les ponen salsa y flamenquito, y las celebran y las acogen. Cuentan, además, que muchos de los jóvenes creyentes presumen de conocer muy bien la palabra de Dios, y que juegan a la "esgrima bíblica": se les dice "Mateo 4:18", por ejemplo, y buscan zumbando el texto o lo citan de memoria. La fe evangélica ha arraigado, además, en poblaciones conflictivas y pobladas de desheredados.
Qué ocurre para que los evangélicos conecten mejor que la Iglesia católica con algunos sectores de la sociedad? ¿Es sólo cuestión de palmas y desgarramiento jondo? Saltan a la vista algunas diferencias: mientras unos compiten para saberse la Biblia, los otros convocan un sínodo de obispos para reflexionar sobre su importancia. Quizá sean buenos tiempos para la flexibilidad de las guerrillas frente a los avances imponentes de los cuerpos de ejército. Pero hay también una cuestión de enfoque. Si las religiones tienen tanto éxito es porque dan consuelo, y están ahí. Y la Iglesia católica (por lo menos la oficial), cada vez más ensimismada en su propio orden interno de jerarquías, dogmas y ortodoxias varias -y obnubilada por su bienestar-, se olvida con excesiva frecuencia del prójimo.
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