Premio individual, juego colectivo
Hace cuatro meses escasos que España ganaba la Eurocopa de 2008 en un hito futbolístico que hacía 44 años que no se daba. España no sólo consiguió conquistar la corona europea, sino que logró algo mucho más importante como es consolidar una marca futbolística al nivel de los más grandes de todos los tiempos. La selección española daba al fútbol un regalo maravilloso en forma de buen juego y respeto al juego colectivo, a la velocidad del balón y al equilibrio entre las líneas.
Me parece un aspecto muy a tener en cuenta dentro de esta pequeña discusión que se ha suscitado por eso del Balón de Oro, ya que si algo acredita a nuestros jugadores como aspirantes a este galardón es el éxito obtenido en tierras austriacas. Si quieren certificar esta opinión, no tienen más que acudir al historial del deseado premio para ver que no hay jugador español que lo haya ganado desde que Luis Suárez lo consiguiera en 1960 (antes que don Luis, el gran Alfredo di Stefano lo había logrado dos veces) y que cuando más premios hemos tenido fue en aquel lejano 1964 en el que Suárez y Amancio fueron plata y bronce respectivamente.
Si de algo nos congratulamos en el verano de este año es de tener una selección que parecía más un equipo de club en el que todos jugaban para todos y en el que no había una estrella que brillara sobre las demás. Es más, en palabras de Luis Aragonés, el orfebre que fabricó aquella maravilla, no quería líderes individuales en su equipo, sino que prevaleciera el elemento colectivo, el grupo.
Y así nos hicieron disfrutar, teniendo cada uno su momento de gloria, sabiendo esperar la llamada del protagonismo sin poner por delante los deseos individuales a los colectivos, juntos, como una piña, como un auténtico equipo.
Claro que, cuando uno se para a analizar uno por uno los componentes de este equipo, vamos encontrando perlas fantásticas en cada línea. Claro que hubo quien pudo disfrutar de su instante estelar con mayor brillo que otros por la intensidad del momento o porque esa acción fue decisiva. Cómo no recordar las paradas de Casillas en los penaltis contra Italia o el gol de Fernando Torres que supuso desequilibrar la contienda contra los alemanes. Pero cómo olvidar el magnífico trabajo de la línea defensiva, de un centro del campo que era contundente y de seda a la vez. Cómo olvidar el acierto goleador de Villa o las incorporaciones acertadas de los que salían del banquillo.
Cómo perder todo eso logrado juntos, unidos, respirando al mismo compás, sintiendo la misma música en el autobús o manteando al míster al acabar el partido. Cómo olvidar que allí arriba, donde sólo suben los ganadores, todos los que vestían la camiseta de la selección se sentían igual de ganadores, igual de campeones. Y, cuando digo todos, son todos.
Ésa es la imagen de la selección con la que me quedo. Seguro que también esta vez sabrán gestionar una situación que nace del éxito más absoluto. Y a los de fuera sólo nos toca ayudar para que el magnífico equilibrio de este equipo no se rompa por un simple premio individual en el mundo del juego colectivo.
Por cierto, ¿saben quién ganó aquel Balón de Oro del 64? Dennis Law, el 10 del Manchester United.
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