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Columna
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El buen valenciano

Ricardo Costa, el portavoz del Partido Popular, es un hombre abrumado por las certezas. Pudimos comprobarlo en el último debate de las Cortes Valencianas, donde Costa dictó una clase de ciudadanía a la oposición. No sabemos cómo habrían sonado sus palabras traducidas al inglés; en castellano, resultaron esclarecedoras. Algunas personas podemos suponer que Rodríguez Zapatero es responsable de la baja calidad del semen de los valencianos; pero la prudencia nos impediría afirmarlo en público, hasta que los estudios confirmen la relación. Ricardo Costa no necesita ningún estudio para extraer sus propias consecuencias: si algo desagradable ocurre, la culpa es de Zapatero. Con este argumento en ristre sale dispuesto a merendarse a la oposición en cada debate. A veces, el apresuramiento hace que se aturda con las palabras y, como les sucede a los cachorros, acaba mordiéndose la lengua en su deseo de atrapar la presa. ¡Qué hombre tan apasionante!

"Deje de ser un socialista apadrinado, tutelado y adoctrinado por Zapatero y sea castellonense, valenciano, alicantino. Como yo, que soy castellonense, valenciano, español y del Partido Popular", le espetó Costa a un sorprendido Ángel Luna en el debate del pasado jueves. Que Ricardo Costa es un patriota, lo expresan sus palabras con claridad. Por nuestra parte, jamás nos hubiésemos atrevido a ponerlo en duda. Un patriota, además, del Partido Popular, que es donde se concentra el mayor porcentaje de patriotismo peninsular. A mí, sin embargo, estas reclamaciones públicas de patriotismo, me producen un ligero malestar. Veo en ese amor exagerado por la patria algo de excluyente, y el que agita Costa no es, desde luego, una excepción. Si el patriotismo de Francisco Franco necesitó la anti-España, éste otro, más modesto, se conforma con el anti-Zapatero. Pero no nos engañemos, pese a reducir su ámbito geográfico, los objetivos no son muy diferentes.

En el debate, Ángel Luna reprochó a Costa que su discurso fuera un insulto a la inteligencia. No estoy de acuerdo con Luna. Costa no se dirige a la inteligencia, sino a ese territorio nebuloso del cerebro donde se producen las emociones que alimentarán el voto. No habla para la Cámara, lo hace para la calle; su objetivo es el ciudadano. Puede disgustarnos el patriotismo de campanario que despliega Ricardo Costa, pero no cabe duda de su efectividad. La habilidad del gobierno de Camps para hacer pasar como intereses de los valencianos lo que no son más que intereses propios, está fuera de discusión. Quien no lo crea, puede repasar el contrato de las resonancias magnéticas o el que la Consejería de Turismo acaba de firmar con Air Nostrum. El histrionismo de Costa resulta excesivo y puede mover a la sonrisa, pero no despreciemos sus efectos que son de largo alcance.

Desde que Ángel Luna interviene en los debates de las Cortes, estas han ganado pulso y muestran un dinamismo mayor. Durante meses, las Cortes Valencianas han presentado una falta de tono muy notable que les restaba cualquier interés público. Era una falta de tono que las presidencias se han encargado de cultivar con esmero, siguiendo las indicaciones de su partido. La propia falta de personalidad de los presidentes -ésta es una de las condiciones que se exige para desempeñar el puesto- facilitaba la tarea; la debilidad de la oposición, hacía del resto. Ha habido ocasiones en que las Cortes podrían haber cerrado sus puertas sin que echásemos de menos su ausencia.

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