Es tiempo de pitarra
En ruta tras el sabor artesanal de los populares vinos extremeños
En tiempos de globalización, estandarización y homogeneidad, es bueno viajar en busca del vino personal, único, anclado en una tradición secular y vinculado a paisaje y paisanaje. Es tiempo de pitarra, un vino artesanal, blanco o tinto, que se elabora principalmente en Extremadura y,muy especialmente, en la zona norte de Cáceres. Y aunque bajo tan noble nombre, que evoca pasadas gestas heroicas, se han elaborado vinos inmisericordes, de oxidaciones devastadoras y agresiones bizarras de tal calibre, que sólo el recio carácter extremeño parece capaz de soportar, hoy las cosas han mejorado lo suficiente como para recuperar prestigios perdidos.
No hay que olvidar que este vino formó parte de la dieta diaria de Pizarro, quien gustaba de las "migas con vino de pitarra". Vinos, fundamentalmente blancos, elaborados con las variedades Alarije, Borba y Pedro Ximénez; pero también las tintas Bobal, Garnacha y Tempranillo, que deben su nombre a la tinaja o vasija pequeña de barro, que es lo quiere decir pitarra, donde se elaboraban y guardaban. Allí se forma un velo, parecido a la flor de los generosos andaluces, conocida popularmente como "nata".
Pero conocerlo es también adentrarse en uno de los parajes más bellos de España. Así que iniciamos viaje, tal vez un poco largo, pero que merece la pena, partiendo de Cáceres, pétrea y fluvial. El río Tajo la corta por la cintura. En este viaje nos vamos a encontrar de todo: la sierra y el llano, la abundancia de corrientes de agua, vegas fértiles y valles. Hay bosques de cerezo, roble, pino o castaño. Y alcornoque, donde la tierra es abundante. Donde el suelo es escaso, la jara y el brezo dominan, y más arriba aún, arraclanes y enebros hunden la raíz en las grietas del roquedo cuarcítico para soportar la arremetida de los feroces vientos. Por no hablar de los túneles verdes formados por alisos, de sólo unos metros de ancho pero de varios kilómetros de longitud.
Chimeneas
La embriaguez de la naturaleza exige un trago, así que paramos en Trujillo, castillo, alcázar, berrocal. Un pueblo de granito erguido sobre su propia cantera. Aires indianos y orientales reimportados por los colonizadores surgen en las fantásticas chimeneas de los palacios trujillanos, orilla de los cuales siguen anidando las proverbiales cigüeñas, ves por excelencia de Extremadura.
Es el momento de visitar la bodega Las Granadas, con más de 100 hectáreas de viñedos propios en la sierra de Los Lagartes, y catar su tinto del mismo nombre, un pitarra extraordinario, original como pocos, capaz de conjugar el paladar ardiente con la sutileza aromática y el ligero paso de boca de un clarete. Tiene una impresión frutal entrañable que recuerda la higuera soleada en un fondo de olivos. Claro que éste es un pitarra moderno. Si queremos degustar los tradicionales con su inquietante turbidez hay que profundizar hacia la sierra de Guadalupe, pasando por Montánchez.
Montánchez, dando vista a las tierras de Badajoz. Por entre las encinas ramonean los cerdos ibéricos de los que se nutre media España y parte del extranjero. Primero, un paseo por el barrio El Canchalejo, diminuto albaicín de callejuelas adornadas por balcones y blasones. Aquí cada casa tenía su pequeña bodeguita para consumo familiar y todavía quedan algunas, como la de Sandalio Mateos, aunque es difícil conseguir un trago. Hay que acercarse a la oficina de información y pedir consejo y ayuda. La amabilidad está garantizada, porque ésta es tierra de buena gente.
Sigamos hasta Cañamero para rendir culto al pitarra familiar, blanco turbio casi prehistórico, aunque también lo hay rosado y tinto. El trago inicial puede hacerse en el bar El Trasiego, en el centro del pueblo. Allí, Agapita Rubio atiende a la clientela con sus vinos de la casa acompañados de los mejores productos de la tierra. Pero si lo que se busca es un vino de calidad, entonces hablemos con Antonio Ruiz Torres para que nos ofrezca una copa de su magnífico Attelea, claro que no es un pitarra, pero hecho el viaje merece la pena degustar un vino que ejemplariza la renovación vitivinícola extremeña.
Y ya nos vamos. El que quiera descanso, tiene Guadalupe a tiro de piedra. En la vuelta las cigüeñas nos sobrevuelan, curiosas y divertidas. Es lo que queda cuando todo pasa.
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