Baño mediterráneo en los desfiles de París
Givenchy, Lacroix y Archs miran al sur en la cita francesa
Los dos guardaespaldas de Anna Wintour se entretienen con el móvil a 15 metros de distancia de la temible directora de la edición estadounidense de Vogue. Están ahí para evitar aproximaciones indeseables. Y matan el tiempo mientras esperan que empiece el desfile de Christian Lacroix. Va con retraso. Con un programa de 11 presentaciones diarias, más de una tan multitudinaria como ésta (con más de 600 invitados) no hay manera de evitar los 45 minutos de rigor. Sin duda, tampoco ayuda que todos los diseñadores se empeñen en utilizar a las mismas modelos. Olga Scherer, exquisita bielorrusa de rojos cabellos, quiere sacar el máximo partido a esta temporada. Cuando acabe el desfile saldrá a la carrera en busca de su coche, quitándose los postizos a la sombra del Obelisco de la Concordia.
Carreras, esperas y guardaespaldas parecen todavía más ridículos ahora que el mundo no está para ropa de diseño. Y tal vez ansiosa de escapar a su propia realidad, la moda francesa miró ayer al Sur y, pese a la terca lluvia, vivió una jornada mecida por la brisa del Mediterráneo. Con pantalones de torero y una chaqueta plegada como un capote en plena faena, abrió Christian Lacroix una de sus colecciones más austeras. Un adjetivo que cuesta emplear cuando hay corsés drapeados y lazos de por medio. Pero en crudo, negro, azul marino y arena tejió un discurso tan bonito como frío. Como los colgantes y pulseras que adornaban a las modelos, la filosofía de Lacroix se quedó en las raspas. El esqueleto estaba allí, pero faltaba la carne, la lujuria del color y el pecado del exceso. Fue, tal vez, lo más minimalista de lo que es capaz un barroco de su talla. La cuestión es hasta qué punto es necesario en él esa sobriedad.
Mucho más conceptual fue el acercamiento a lo español de una joven catalana que, justo después del que fuera su maestro, presentó su segunda colección en París. Estrella Archs (un acrónimo formado por el nombre de pila de su abuela y el apellido de su madre) tiene 34 años y lleva 10 fuera de España. Estudió en la escuela Saint Martins de Londres y ha peregrinado por talleres de toda Europa, de Cacharel a Chalayan, pasando por Prada y Lacroix. "Hablé con él anoche", explicaba entre lágrimas Archs tras su presentación. Se inspiró en el viento, las olas y la luz de Cadaqués ("mi lugar favorito en el mundo") y jugó con la organza en todos sus grosores para construir una colección concisa y muy coherente. Una serie de diáfanos vestidos en rosa, blanco y azul que la descubre como una de las voces más interesantes de las salidas de España en los últimos años. "Has triunfado", le decía su familia entre emotivos abrazos.
Al poco, lo que se tarda en correr al siguiente desfile, y en un antiguo mercado cercano, el italiano Riccardo Tisci cerró el triángulo mediterráneo de la jornada. Desde hace tres años lleva con brío las riendas de la casa Givenchy, pero cuando anoche la modelo brasileña Ana Claudia Michel apareció cabalgando con un ajustado vestido negro, quedó claro que su ímpetu se había empapado del clima de recesión. Tisci ha atraído a una clientela joven y atrevida pero desde hace tres temporadas le ha salido un contrincante. Compite por el amor de una mujer entre rock y gladiadora con Christophe Decarnin, en Balmain. La colección de anoche estuvo demasiado apoyada en ideas del pasado -algunas propias y otras ajenas (Alaïa, una vez más)- y resultó una repetitiva sucesión de repuestos para el armario de sus ya devotas seguidoras.
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