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Columna
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Exagerado

Un 'lehendakari' desnudo de los ropajes de mesías ya no le sirve ni al propio nacionalismo

La capacidad retórica de nuestro lehendakari, incluidas en ella las hipérboles sin limite, no deja de sorprenderme por mucho que mentalmente me hubiera preparado a sus excesos ante el debate de política general. Era muy previsible que tuviera que exagerar no sólo para denunciar la sentencia del Tribunal Constitucional que le deja sin consulta, sino, sobre todo, para que no descubriéramos su auténtico papel, el de ser un subalterno dentro del organigrama de poder del Estado español, un lehendakari de andar por casa. Tenía que evitar que le descubriéramos así, ya que le han quitado la misión mesiánica de llevarnos a la tierra de la independencia. Tenía que evitar que le viéramos de repente como un líder para gestionar cosas normales, sin posibilidad de embarcarnos en fantasías aberrantemente heroicas. Las mismas que ETA nos presenta mediante el terror producido por el asesinato.

Por mucho que su experimento fuera desde un principio hecho con gaseosa, pues nunca se bajó del coche oficial para alentarnos a hacer con él el vía crucis de la secesión, lleva ya tanto tiempo destapada, desde el primer plan Ibarretxe, que ha perdido toda fuerza. Si en algún momento han sido creíbles sus planes era porque ETA ponía un cadáver cada quince días a la vista de una sociedad no muy caracterizada por su valor cívico. Pero ETA ya no da tanto miedo desde que el Estado ha vuelto a dar amparo a la ciudadanía.

Si a ETA no se le tiene miedo el lehendakari no convence; ni siquiera se le puede tomar en serio cuando dice cosas tan brutales como que Euskadi es un campo de concentración pisoteado por "la España imperial". Qué sabe él, un muchacho que salió de la Facultad de Económicas a pisar la moqueta del poder que el Estado español le ponía a sus pies, de campos de concentración, de los sabañones en la mano temblorosa del preso que extiende su plato metálico para que le echen algo de comer, de chinches y piojos, de zotal sobre el cuerpo, de miseria,... No sabe nada. Por eso tiene la osadía de comparar Euskadi con un campo de concentración, que, por cierto, son lugares donde no existe un PIB tan brillante como el que intenta presentarnos de éste.

Un lehendakari desnudo de los ropajes de mesías ya no le sirve ni al propio nacionalismo, que está empezando a volver a la etapa del realismo, y cuando tal pasa deja de ser secesionista. Cuando el lehendakari se queda sin tarea es el momento de que la sociedad brinde a otra opción el liderazgo político. No a otra opción para hacer lo mismo, pues el complejo de Edipo no sólo lo contemplamos en la Grecia clásica, sino también más cerca, en la actual Cataluña. Es el momento del realismo, del cambio de verdad, y con él, el de la política.

Pero quizás el lehendakari no se equivocara tanto en las hipérboles de su retórica. Se equivocó en dónde y cómo las aplica. Si se hubiera fijado en el monumento a las víctimas del terrorismo a la entrada del Parlamento donde sigue la foto del brigada Conde, si se hubiera fijado en que todos los miembros de la oposición necesitan escoltas y que otros muchos por no ser nacionalistas también necesitan ser protegidos, si se fijara en que muchos vascos se han marchado de Euskadi porque su clima de opresión se les hace irrespirable, descubriría que sí es un campo de concentración con alambradas, pero no para los que él piensa. Y no lo puede pensar porque es consustancial a todo nacionalista carecer de sensibilidad para los que no son, porque no son los que no son de los suyos, ni existen ni se les ve. Efectivamente, sí que hay alambradas y Euskadi es un campo de concentración, pero derribar esas alambradas le corresponde ahora a una nueva mayoría.

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