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Columna
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'Horrorismo'

Me lo escribió por correo electrónico una amiga maestra, de Málaga: a eso de las nueve y media hubo dos estampidos retumbantes. "Se nos cortó el cuerpo". Temblaron los cristales y los niños. Parecían dos bombazos e inmediatamente alguien habló de una bomba en el hospital materno-infantil, o en Torremolinos. Las detonaciones se sintieron en la mitad este de la costa de Málaga. Habían traspasado la barrera del sonido dos cazas Eurofighters, de la base de Morón de la Frontera. Participaban en unos ejercicios secretos llamados Sirio, nombre de la estrella más brillante del cielo nocturno, a 8,7 años luz. Los Eurocazas volaban a 11.000 metros de altura. Según informaba ayer F. J. Pérez en este periódico, policía y bomberos recibieron llamadas que denunciaban bombas contra la comisaría, la comandancia de la Guardia Civil, el hospital Carlos Haya, la Ciudad de la Justicia.

Se estremecieron las casas y las alarmas saltaron. Los teléfonos de emergencia recibieron 200 llamadas en tres cuartos de hora. Podían haber estallado dos bombas que no dejaban humo, ni polvareda, ni destrucción visible. Ninguna autoridad explicaba el suceso. El periódico Málaga Hoy hablaba de 400 llamadas en "apenas una hora" y de un autobús del que los pasajeros se bajaban porque tenían noticia de la explosión de una bomba en los Baños del Carmen, un balneario de los años treinta. El diario Sur contaba que la megafonía de la Ciudad de la Justicia, como en una película de Jean-Luc Godard, proclamaba que el edificio estaba a salvo, mientras en los supermercados la clientela abandonaba cestas y carros, salía a la calle en busca de noticias y volvía con un pavoroso parte de novedades: explosivos, hundimientos, aviones caídos, Batman en Málaga. Un médico, según Sur, interrumpía la consulta para perseguir la verdad en Internet. Muchos que llamaban por teléfono ansiosos de conocimiento recibían un único mensaje: "Error de conexión". No había suficientes antenas de telefonía móvil.

Es comprensible el miedo de la maestra, que trabaja cerca de Torremolinos, donde las bombas de ETA amenazaron este verano. Es normal el susto de la población. La primera vez que oí traspasar a un reactor la barrera del sonido fue a la hora de la siesta, en la plaza de Alonso Cano, en Granada, y el más listo de la pandilla infantil inmediatamente identificó la causa de la detonación. Pero hoy el terrorismo es un componente internacional de la realidad, y ETA participa sin fin en la vida político-policial española, e incluso en temporadas sin terrorismo algún partido de 10 millones de votantes se ha empeñado en hacernos ver que vivíamos en una situación caótico-terrorista. Así que entiendo las suposiciones catastrofistas a propósito del ruido de los eurocazas de Morón sobre Málaga, aunque me asombre la precisión con que supuestos testigos localizaban los objetivos reales de unas bombas imaginarias.

Pudo ser el miedo (que quizá sea ahora mismo la pasión más fuerte de nuestras vidas, parte del utillaje mental de la época), porque el miedo nos transforma y nos hace ver visiones. Estamos encantados por una especie de horrorismo, un esplendor televisivo de horrores en directo. Vivimos temiendo lo peor, y lo actual es lo peor: lo peor es lo más televisivo, lo que más corre por Internet. Y el teléfono móvil es el campeón de la transmisión de noticias e imágenes rápidas, traumáticas. Hay muchos usuarios a la captura de una noticia de miedo, fabulosa, es decir, de mucho dinero en el mercado audiovisual. Quizá sea el momento de repartir con el manual de instrucciones del teléfono una guía de ética periodística: no hay que ser morbosos ni sentimentalmente manipuladores, no hay que atender a impresiones personales inmediatas, no hay que difundir rumores, hay que contrastar la información. La pasión televisiva exige experiencias contundentes, pero deberíamos aprender a dominar la emoción de participar en un miedo de masas, en un posible acontecimiento mundialmente televisivo.

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