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Reportaje:

La perplejidad de dos ciclistas

Iván Gutiérrez se sintió "ridículo" en el Mundial contrarreloj, y Contador pide ser el 'boss'

Carlos Arribas

A los 20 kilómetros, mediada la carrera, un recorrido plano, vistas turísticas al lago de Varese, poco más, Iván Gutiérrez se sintió perdido, pedaleando en la nada, un personaje absurdo de una comedia absurda. "Todo era silencio", dijo el cántabro, que terminó 16º de un Mundial contrarreloj de sorprendente podio cuyos tres miembros, por orden, el alemán Bert Grabsch (del Columbia), el canadiense Svein Tuft (que no usó cabra y corre en el Symmetrics) y el norteamericano David Zabriskie (Garmin), tenían en común varias cosas, ninguna muy atractiva para lo que se lleva estos días: la edad (los tres rondan los 30 años), el peso (más de 70 kilos cada uno), su carácter marginal en el concierto ciclista actual (el más puesto es Zabriskie, plata hace tres años y fugaz maillot amarillo en el Tour) y su especialización en contrarrelojes de pruebas menores en calendarios continentales. "Me sentía ridículo. Y ni siquiera sabía que ni mi director, Unzue, me estaba siguiendo. Nadie me hablaba desde el coche...".

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A dos pasos del aeropuerto de Malpensa, en el hotel del equipo español, donde Freire, que llegó la víspera (vive a 20 kilómetros, en la frontera con Suiza), donde los otros ocho que el domingo le acompañarán en la gran batalla contra Italia acababan de dejar las maletas en la habitación, otro ciclista muestra también su perplejidad por encontrarse, de repente, en medio de la nada. El "mejor ciclista del planeta", como le ha bautizado Lance Armstrong, precisamente el causante de su situación actual, ha perdido, con el anuncio de regreso del tejano, sus puntos de referencia dentro del equipo Astana. Atrapado en emboscada por la ambición de Armstrong, quien tras la gloria deportiva parece empeñado en alcanzar la gloria humana, ser considerado por los siglos de los siglos como la madre Teresa de la lucha contra el cáncer o un premio Nobel de la Paz, Contador, tan pequeño pese a sus increíbles victorias, un chico de Pinto al lado de un yanqui que se codea con los más poderosos del planeta, necesita que le digan que aún le quieren, y que le quieren mucho. Que le necesitan.

"Quiero que Contador se quede con nosotros. Adoraría correr a su lado", dijo ayer Armstrong en L'Équipe, siguiente etapa en su operación seducción -se presentó como más maduro, con menos aristas, menos arrogante, todo por la lucha contra el cáncer, y hasta anunció su presencia el 22 de octubre en la presentación del Tour, un acto social al que no acudía desde 2002 y en el que dejará en su segundo plano a tanto protagonista español de los últimos Tours, Sastre, Contador, Pereiro...-, pero no sólo ese discurso espera el que ha ganado en los últimos 14 meses Tour, Giro y Vuelta. "Tenemos que ver unas cuantas cosas", dijo ayer el de Pinto. "Yo no voy a renunciar a nada porque Lance esté ahora en el equipo. Voy a hacer el mismo calendario en 2009 [esto es: centrar toda la temporada en el Tour], y si mis objetivos se pueden ver perjudicados, entonces tomaré una decisión".

Fran Contador, hermano y mánager del ciclista, dijo que no hay intenciones de irse y que, de todas maneras, hasta después del Mundial nadie moverá un dedo. Y Johan Bruyneel, su director, que aún no ha hablado con él del asunto Armstrong, dijo más o menos lo mismo. "No voy a comentar nada", dijo. "Hasta el lunes nadie dirá nada".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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