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A las andadas

Tras su XVI Congreso Nacional, celebrado en Valencia a finales del pasado junio, pudo dar la sensación de que el nuevo Partido Popular del señor Rajoy, de las señoras Cospedal y Sáenz de Santamaría, hacía una inflexión hacia la moderación y el centrismo no sólo en cuanto a la imagen o al estilo opositor, sino también en sus concepciones identitarias, en su modo de abordar el debate territorial, el carácter plurilingüe de España, etcétera. Reconozcamos que fue una impresión tenue, frágil, fugaz, fundamentada no tanto en afirmaciones positivas de los líderes citados como en los denuestos de la coalición mediática madrileña a cuya tutela Rajoy y los suyos parecían querer escapar. Pero, ya a principios de julio, la mayoría de los discursos pronunciados durante el XII Congreso del PP de Cataluña respondieron al canon españolista más ortodoxo. Al mismo tiempo, la rapidez con que el renovado vértice de los populares españoles se adhirió al llamado Manifiesto por la lengua común puso de relieve quiénes seguían dictándole la agenda y cuál era esa agenda. Con todo, aún quedaba algún atisbo de esperanza; por ejemplo, la decisión de la presidenta del partido en Cataluña, Alicia Sánchez-Camacho, de no suscribir aquel manifiesto, por considerarlo innecesario.

Mientras el PP cultive los prejuicios contra Cataluña, su cosecha de votos allende el Ebro será sin duda ubérrima

Con el comienzo del nuevo curso político, la hipótesis de que el Partido Popular pudiera y quisiera modificar sus actitudes tradicionales con respecto a las lenguas distintas del castellano, al autogobierno y a la financiación de Cataluña, esa eventualidad se ha desmoronado por completo. El pasado fin de semana, durante la clausura del XII Congreso del PP de Andalucía, el reelegido presidente de esta formación, Javier Arenas, tachó a los nacionalistas catalanes -que, para él, son todos los grupos excepto el PP- de "insolidarios" y "excluyentes", y advirtió: "Nuestra deuda histórica no puede depender de los nacionalistas".

No sólo eso. "Nuestra Andalucía no permitirá que Ibarretxe o Montilla influyan más que nosotros en España", dijo también el locuaz sevillano, antes de añadir: "Ni supuestos derechos históricos, ni balanzas fiscales, ni lenguas propias pueden restar derechos ni oportunidades a los andaluces. Iremos a los tribunales cada vez que un andaluz tenga una oportunidad menos por haber sido educado en castellano". Si tenemos en cuenta que el autor de estas frases es, además, vicesecretario -de política autonómica, nada menos- del PP estatal y que las pronunció arropado por un aquiescente Mariano Rajoy, deberemos concluir que se trata de doctrina oficial. O sea que la oposición conservadora española se propone agitar otra vez los antagonismos interterritoriales y cultivar la catalanofobia, como viene haciendo con uno u otro pretexto (el Estatuto, la OPA de Gas Natural, los papeles de Salamanca, Carod Rovira, etcétera...) desde que comenzó la actual década.

Hay más síntomas. En Aragón, donde el Gobierno que preside Marcelino Iglesias ha dado a conocer un anteproyecto de Ley de Lenguas en virtud del cual se fomentaría el uso del catalán como "lengua propia e histórica" de la franja oriental de esa comunidad, tal posibilidad ha sido tachada de "aberrante" por el presidente del PP aragonés, Gustavo Alcalde. Para éste, el borrador legislativo "pretende imponer como propia una lengua que no lo es" y "da cobertura al pancatalanismo expansionista de los que quieren apropiarse de una parte de Aragón". ¿El exabrupto anecdótico de un capitoste regional necesitado de votos? No lo crean: la joven y moderna Soraya Sáenz de Santamaría acudió rauda en apoyo de su correligionario maño y acusó al PSOE de ser "rehén" de sus pactos con las fuerzas nacionalistas, se sobreentiende que catalanas. ¿Les suena?

Es muy probable que, entre los dirigentes del Partido Popular, haya quien sostenga esas tesis por sincero convencimiento: Jaime Mayor Oreja, tal vez José María Aznar, no sé si el hoy apartado Ángel Acebes... El resto explotan el recelo y la hostilidad difusas hacia el catalán y hacia lo catalán como quien regenta un estanco y sabe que, existiendo un gran número de adictos al tabaco, la clientela está asegurada. Permítanme recordar algunos indicadores pasablemente objetivos. Según datos del estudio Cataluña en la España actual, dirigido por el profesor Joaquín Arango en 2000-2001 por encargo de la Generalitat, el 70% de los españoles consideraban que el catalán tendría que ser en Cataluña una lengua secundaria, y quienes concebían su enseñanza como algo meramente voluntario ascendían al 83,5%. Por entonces, gobernaba en España el PP, y en Cataluña, CiU.

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En otro contexto político bien distinto, un sondeo hecho público esta misma semana asegura que el 46% de los españoles consultados creen a Cataluña beneficiada -han leído bien, beneficiada- por el actual sistema de financiación autonómica, frente al 24% que la consideran perjudicada. O sea, pasan las mayorías, cambian los gobiernos aquí y allá, se publican las balanzas fiscales, pero el prejuicio y el estereotipo permanecen incólumes, alimentados a diario por insidiosas campañas mediáticas que siguen al pie de la letra la célebre fórmula del doctor Goebbels: una mentira repetida mil veces (la persecución del castellano en Cataluña o la rapacidad presupuestaria de los catalanes) acaba pareciendo verdad.

Y bien, mientras el Partido Popular persista en cultivar tales prejuicios, en regarlos y abonarlos amorosamente, su cosecha de votos allende el Ebro será sin duda ubérrima. Pero la voluntariosa Alicia Sánchez-Camacho, como todos sus predecesores, seguirá pilotando un partido condenado a la marginalidad política e incapaz de contribuir a la victoria de Rajoy.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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