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Columna
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Ciudad turismo Barcelona

Joan Subirats

En una de las múltiples ruedas de prensa de la campaña de promoción del filme de Woody Allen, Vicky Cristina Barcelona, el actor Javier Bardem afirmó: "al salir de esta película, todo el mundo quiere coger un billete de avión... pobres barceloneses, no sé dónde vais a meter a tanta gente". Es evidente que, al margen de los mayores o menores méritos de la película, la imagen que la película proyecta sobre la ciudad reforzará su ya demostrada capacidad de atracción como destino turístico en los últimos años. Las cifras que ofrece el consorcio creado por el Ayuntamiento y la Cámara de Comercio, Barcelona Turisme (www.barcelonaturisme.com), son elocuentes. Desde el año 1990 hemos cuadruplicado el número de turistas que visitan la ciudad, superando en 2007 los siete millones y los 13 millones de pernoctaciones, con ocupaciones medias muy altas a lo largo de todo el año. Como las propias fuentes oficiales afirman, Barcelona es la ciudad con mayor crecimiento en Europa en los últimos 10 años, y es el punto de referencia en Europa para estancias cortas. Los más de 30 millones de pasajeros en el aeropuerto o los casi dos millones procedentes de cruceros del año pasado, atestiguan y alimentan ese boom. En estos años hemos triplicado los hoteles, que siguen construyéndose a ritmo creciente. El fenómeno es de tal envergadura que deberíamos empezar a asumir nuestro destino no como algo episódico o coyuntural, fruto de acontecimientos azarosos que acabarán desapareciendo, sino como algo ya estructural y permanente. El destino de Barcelona parece vinculado definitivamente al turismo. Barcelona es, ante todo y para bastantes años, destino turístico. Lo que aún no tenemos tan claro es qué otras cosas puede ser.

Barcelona es, para bastantes años, destino turístico. Lo que aún no tenemos tan claro es qué otras cosas puede ser

En su nueva etapa y bajo la dirección de Manuel Cruz, la revista Metrópolis, que edita el Ayuntamiento de Barcelona, dedica buena parte de su último número al turismo, preguntándose "¿Era eso lo que queríamos?". Del conjunto de artículos que se reúnen destacan algunas ideas. El turismo es un fenómeno contemporáneo que, a caballo de las facilidades crecientes en movilidad, va a seguir aumentando y va a ir colonizando cualquier rincón del planeta, por razones diversas y muchas veces contradictorias (John Urry). La combinación de factores que explican que un lugar se convierta en destino turístico tiene que ver con la capacidad de responder a imágenes previamente construidas sobre ese destino, y con la vaga promesa de emociones o deseos que se relacionan con ese lugar (Lluís Bonet). Muchas veces las infraestructuras culturales que sirven de aliciente-coartada para el visitante, se explican más en clave de industria turística que por razones de consumo y disfrute local (Jorge Luis Marzo). La conexión turismo-insostenibilidad puede afrontarse desde la capacidad de construir y compartir un proyecto ciudadano de carácter más participativo (Fernando Díaz). Más allá del debate entre "paranoicos" (los que relacionan el turismo con masificación, mercantilización, frivolización de la sociedad y de la cultura) y "utilitaristas" (los que perciben el fenómeno turístico como una puerta para la democratización de la cultura y para el enriquecimiento mutuo entre visitantes y receptores), lo importante es afrontar el turismo como una realidad politizable y gestionable (José Antonio Donaire). El éxito de Barcelona es la expresión de la gran capacidad de atracción de la buena vida mediterránea (Mario Gaviria).

Si todo ello es más o menos cierto, la gran cuestión en la ciudad no debería ser el ir transitando sin más por las fases descritas por los especialistas como de "euforia, apatía, irritación y antagonismo". Si el turismo es para algunos un evidente y lucrativo factor de enriquecimiento, debería poder evitarse que acabe siendo visto y percibido por la mayoría como una gran amenaza para la manera de vivir y convivir, y como una incontrolable máquina de destrucción de la ciudad que entre todos hemos ido construyendo. ¿Tiene el equipo de gobierno la voluntad y la capacidad para afrontar este debate de manera abierta, incorporando no sólo a los actores y operadores más directamente implicados en el tema, sino también a aquellos que sufren las consecuencias de ese boom, así como al conjunto de actores sociales preocupados por el futuro de la ciudad?

Son muchos los que opinan que Barcelona puede salir mejor parada que otros lugares en el periodo de crisis en el que estamos inmersos, precisamente gracias al turismo. Lo que no está nada claro es si esa privilegiada situación facilitará que los beneficios se distribuyan de manera más equitativa de lo que hasta ahora se ha venido haciendo, articulando mejor industria turística y actividad y patrimonio cultural para el conjunto de la ciudadanía, y aprovechando el tirón para diversificar objetivos. Los problemas esenciales tienen que ver tanto con la redistribución de costes y beneficios, como con las adecuadas cautelas en clave urbana para evitar que acabemos condicionando el futuro de la ciudad a su inevitable condición de destino turístico. La ciudad no puede ser sólo una marca, y tampoco podemos caer en la tentación de rediseñar sus espacios y actividades en función de sus usos turísticos, tematizando lugares y funciones. Necesitamos también mecanismos de defensa ante la gran concentración de visitantes (y de los servicios que requieren o que los operadores creen que requieren) en ciertos enclaves que hoy están siendo claramente abandonados por los locales y convertidos en feudos sólo para turistas. Sin duda, sería importante abordar el tema desde una dimensión metropolitana del mismo, tanto en lo referente a su actual dimensión como en lo relativo a su futura potencialidad. Politizar el fenómeno turístico de Barcelona es, en definitiva, preguntarnos si ante la aparente inevitabilidad de Barcelona como destino turístico de primera línea ahora y en los próximos años, podemos discutir con qué instrumentos lo abordamos, cómo encaramos la distribución de costes y beneficios, que acciones pueden emprenderse desde el gobierno local y desde el protagonismo social para evitar sus peores efectos y, sobre todo, si la ciudad es ya definitivamente sólo turismo.

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