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Columna
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Quietismo

Si dentro de un año y medio escampa la crisis, Zapatero podrá volver a dar rienda suelta a su vigorosa autoestima

Josep Ramoneda

La polémica frase del ministro Solbes sobre las virtudes regeneradoras de la crisis económica tiene más enjundia de lo que podría parecer. "Si la recesión sirve para limpiar la economía y remontar la situación, no tiene la mayor importancia", dijo el ministro. Y le llovieron las críticas, por la falta de sensibilidad con las personas que sufren las peores consecuencias de las crisis. Después, Solbes reconoció el error en las formas pero se reafirmó en el contenido. La frase es políticamente importante porque es el soporte teórico del optimismo de Zapatero. El presidente comparte con Solbes que, una vez la crisis escampe -y en su cuento de la lechera particular esto ocurrirá dentro de un año-, España entrará de nuevo en la senda del crecimiento sobre unas bases productivas mucho más sólidas, porque la recesión habrá tenido el efecto higiénico de expulsar a las manzanas podridas del sistema.

Se conoce que dos gobernantes de izquierdas como Zapatero y Solbes tienen una confianza mayor en las milagrosas virtudes del sistema de mercado, que, al decir de los más entusiastas, siempre encuentra espontáneamente la salida del laberinto, que los gobernantes de derechas que nos han estado machacando con la necesidad de la liberalización absoluta del sistema y con la ineficiencia del Estado. Éstos han acudido sin remilgos a las nacionalizaciones como recurso desesperado para cubrir, a costa del contribuyente, las irresponsabilidades de unos -los que hasta ayer eran modelos ejemplares del emprendedor arriesgado- y las incompetencias de otros -los que nada hicieron para que funcionaran los mecanismos reguladores que debían frenar la frivolidad de los codiciosos-. Está bien que Solbes no quiera salvar con dinero público a los que gestionaron sus empresas con lógica de jugador de ruleta, pero no por ello hay que dejar hacer con fe ciega en que el Dios mercado proveerá.

Si dentro de un año y medio la crisis ha escampado y vuelven las vacas gordas, Zapatero podrá volver a dar rienda suelta a su vigorosa autoestima, prudentemente contenida en las últimas semanas, y el Partido Popular podrá prepararse para completar, sin más dilaciones, la parte pendiente de su renovación. Pero, de momento, sorprende el quietismo del Gobierno. Está muy bien que el Gobierno garantice sus compromisos sociales y rompa el mito ideológico del déficit cero a la hora de presentar los Presupuestos. Es lo mínimo que se puede esperar de un Gobierno de izquierdas. Pero éstos son paliativos, no soluciones. Esta crisis demanda un cambio de cultura. La economía se ha globalizado y la política, no. El resultado es doble: la economía es la que tiene hoy la capacidad normativa -hasta el punto de que los Gobiernos han aceptado ciegamente la mercantilización de las conductas en todos los ámbitos del sistema- y la criminalidad económica gana terreno todos los días. Urge, por tanto, que la política se rearme. Que funcionen las instituciones de control. Y todo esto sólo puede conseguirse a escala europea. Una voz en Europa no se improvisa. Y Zapatero no se ha trabajado un papel en el Continente. Si, además, su opción es la resignada confianza en que todo volverá a su sitio, por sí solo, y de una manera mejor, no es extraño que no se le haya oído en toda la crisis proposición política alguna. Y, sin embargo, dejar pasar, hasta que la tempestad amaine, significa hacerse cómplice de que se eternice este juego perverso de los ciclos en que todo está permitido mientras hay beneficios en cascada, sabiendo que cuando se entra en pérdidas, el Estado -con la coartada de evitar mayores desastres- inyecta dinero de los contribuyentes para salvar los destrozos hechos por los irresponsables.

Zapatero no ha encontrado el pulso a la crisis, pero Rajoy tampoco. ¿Por qué el PP no ha conseguido todavía el sorpasso en las encuestas? Porque Rajoy corre el riesgo de aparecer como un líder ventajista, que espera que la mala situación económica le haga el trabajo de desgaste y erosión del Gobierno; porque hay memoria de las recetas del PP contra la crisis: restricción del gasto público y congelación salarial; y porque, de momento, el paro castiga mayormente a la inmigración, de modo que los efectos directos de la crisis llegan con más retraso a los electores potenciales. Probablemente, por esta razón, Rajoy ha quitado los grilletes al discurso xenófobo, y se ha deslizado por la pendiente de la discriminación con su penosa frase sobre los inmigrantes que cobran del paro y los españoles que van a la vendimia francesa. Discrimina, que algo queda.

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