Mito urbano
No, no son conciertos al uso, no son esos encuentros entre público y artista en los que pautan las canciones, las letras, el espectáculo o los derroches de voz, de sensibilidad o de pericia instrumental. No, nada de esto manda en los conciertos de Loquillo. Llámeselos rituales de autoafirmación, muestras de una masculinidad cuestionada en el mundo exterior, exhibiciones de chulería de barrio, llámeselo cualquier cosa que menciones palabras como honor, código ético o tradición. Loquillo, en suma. Un mundo antiguo, altivo.
No suena en la radio, no vende millones de discos y, recientes anuncios al margen, no es un habitual de la tele. Aun con todo, ayudado por el tradicional sistema de carteles de calle, Loquillo casi llenó el Auditori para presentar Balmoral, disco que despachó a las primeras de cambio por medio de canciones que le permitieron hablar de sus amigos.
LOQUILLO
Auditori de Barcelona. 10 de septiembre de 2008
Abrió con la propia Balmoral, siguió con Sol -Sabino Méndez-, Hotel Palafox -Bunbury-, Memoria de jóvenes airados -Johnny Hallyday-, para continuar después evocando a Gabriel Sopeña -uno de sus compositores de cabecera-, Andrés Calamaro -padrino de su inminente desembarco en Argentina- y demás amigos.
Más tarde, apoyado por una nueva banda muy sólida encabezada por Jaime Stinus, transitó el show por los terrenos de los Trogloditas más recientes para desembocar en el repertorio de la época dorada, no sin antes recalar en Cuando fuimos los mejores. Dos horas de actitud trajeada. Como dijo un asistente: "Pocos le reivindican entre los creadores de opinión, pero ha cerrado el concierto de aniversario de la sesuda revista Rock de Lux y en breve abrirá el festival In-Edit con un documental sobre su vida". ¿Adivinan su título? Loquillo. Leyenda urbana. Pues eso.
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