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Columna
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La estrella

Manuel Rivas

A Baltasar Garzón se le atribuye como un estigma la condición de juez estrella. Es precisamente el periodismo más onanista y egocéntrico el que le reprocha un protagonismo excesivo. Y el brillo de la estrella de Garzón molesta también a esos personajes penumbrosos, perezosos y oblicuos que sólo se dignan salir del Castillo a la luz pública con un tintineo de llaves para reclamar la Justicia como una posesión corporativa. En cambio, y en relación con la Justicia, la imagen de la estrella a mí me remite siempre a un western que talló nuestras vidas desde la infancia. High Noon, dirigida por Zinnemann. Titulada en España Solo ante el peligro. La estrella en este caso la lleva en el pecho, la honra, el marshal Kane (Gary Cooper). La llegada de un poder prepotente y criminal, encarnado por cuatro forajidos, como los jinetes del Apocalipsis, paraliza de miedo a la población. Pero hay una secuencia decisiva en el histórico filme. Y es cuando el juez Mettrick (Otto Kruger) se desentiende de sus deberes, mete la balanza de la Justicia en una bolsa, y se larga de la ciudad. En ese momento, la estrella es la única esperanza frente al decisionismo de los matones. De niños, toda nuestra atención se centraba en el valeroso Gary Cooper. No podíamos saber que el guionista de High Noon (1952), el gran Carl Foreman, era él mismo, y en aquel tiempo, un hombre solo ante el peligro, perseguido por la jauría fanática del macartismo. Terminaría exiliado en Londres. Más tarde, comprendimos. La pusilanimidad del juez, la ausencia de la Justicia, es un factor central en la alegoría. Hay pocas conductas comparables, en miseria moral, a la complicidad de la Justicia con una tiranía. En democracia, es nauseabundo que tantos asuman iracundos el dictado de Creonte: la impiedad con los muertos. Al paso de la estrella de Garzón, deberían, al menos, callar avergonzados.

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