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Reportaje:PURO TEATRO

'September Songs'

Marcos Ordóñez

1 Septiembre: nuevo curso, cuadernos hambrientos, lápices recién afilados, y una agenda felizmente desbordada, tras el desierto de agosto. Algo pesqué en la arena y no quiero perder la ocasión de recomendárselo, antes de que se pierda en la vorágine. Un espectáculo atípico de un director atipiquísimo: El llanto, de Jaime Villanueva. El año pasado, Villanueva presentó en el Espai Brossa y el Español Con Belisa, una singular y muy aplaudida versión de Amor de Don Perlimplín, de Lorca. Un pas a deux onírico, un mano a mano entre la esposa Belisa (Montse Morillo) y la criada Marcolfa (Maite Brik), casi Adela y Bernarda con perfume Genet, acunadas por las fantasmales marionetas de Herta Frankel y Pepe Otal.

'El llanto', de Jaime Villanueva, es un trabajo a contracorriente: humilde, cosido a mano, con una fuerza emotiva inhabitual. Apenas ha girado por España. Y debería

El llanto, su segunda entrega lorquiana, procede del mismo invernadero nocturno. Una madrugada, Villanueva descubre a la gitana Juana García en el Patio Andaluz de la calle de Aribau y le propone cantar el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, entero, de la cruz a la bola. Un encargo sorprendente y una elección muy afortunada, porque Juana García, más cantora que cantaora, tiene un estilo diáfano, que no emborrona un solo verso. Diáfano y antiguo en el más noble sentido: una voz de preguerra, cercana a la primera Imperio Argentina o la primera Piquer. Luego, Villanueva enrola a un pianista, Rafael Plana, que trocea y calza el extenso poema en una red (o telaraña) de melodías a las que sólo les falta el crepitar de una púa o la fritura de una radio imposible en la que nunca vociferó Queipo de Llano: fragmentos de Granados (la danza número 5, las Orientales, el interludio de Goyescas), y el Zorongo gitano, y un trasluz de Pena, penita, pena, y una saeta, y una siempre temible petenera, y un encaje de dos pasodobles cruzados y luminosos sobre los que se abre, como una ventana sobre una playa, el epílogo de Alma ausente.

Una voz, un piano, un cajón, y dos bailaores, dos discípulos de Antonio Canales, Nacho Blanco y Fede Gómez: todo muy bien cantado, tocado, bailado y, sobre todo, sentido. El llanto no está lejos, en sobriedad, en intensidad poética, del Romancero gitano de Paco Suárez o de los primeros trabajos de Távora y La Cuadra. No busca una ilustración narrativa del poema, sino una cámara de ecos, una sucesión de imágenes, entre impresionistas y ceremoniales, generadas por la zambullida en el texto. La obertura marca perfectamente el tono: Juana García, de luto, lanza el quejío de A las cinco de la tarde sobre timbales de saeta ante una efigie de la Macarena que parece flotar en la oscuridad, aureolada de candelas, mientras Fede Gómez, un Javier Bardem flamenco, taconea con el rostro borrado por su melena y es, alternativamente, torero y toro. A cada quiebro del poema, los dos bailaores se desdoblan protagonizando nuevas estampas: un viejo matador borracho y un maletilla, enfrentados en una taberna; dos muchachos que aprenden a torear con una silla y un par de navajas a guisa de pitones, en un inequívoco homenaje a La capital del mundo, el relato de Hemingway, o la preciosa escena final, en la que Lorca toma en sus brazos a Sánchez Mejías, muerto en la arena, y le devuelve a la vida. El llanto es un trabajo a contracorriente: humilde, cosido a mano, con una fuerza emotiva inhabitual. Su éxito en el Espai Brossa motivó que el Poliorama lo repescara en agosto, justo después de inaugurar el Festival de Teatro Hispánico de Miami, pero apenas ha girado por España. Y debería.

2 Cuando aparezca esta crónica probablemente habré visto ya Spamalot, la versión española del musical de los Monty Python, en el Victoria, dirigido por El Tricicle, con el gran Jordi Bosch (Hay que purgar a Totó) en el rol del rey Arturo y Marta Ribera (Cabaret) como la Dama del Lago. Quería escaparme a Londres para pillar el Ivanov que Kenneth Branagh estrena en el Wyndham, a las órdenes de Michael Grandage, y The Norman Conquests, la trilogía de Alan Ayckbourn (que hace treinta años que no se monta) en el Old Vic, dirigida por Matthew Warchus (Art, Speed the Plow, The God of Carnage), pero la cartelera de Barcelona y Madrid aconseja postergarlos. Y luego viene el Festival de Otoño, claro. Y Temporada Alta. Tranquilo: van a estar en cartel hasta diciembre. Por cierto que el programa de Branagh y Grandage es de aúpa: bajo el título de Donmar at the West End se reparten cuatro producciones que cubren toda la temporada. Tras Ivanov seguirá Twelfth Night (con Derek Jacobi como Malvolio), Madame de Sade, con Judi Dench, y Hamlet, con Jude Law. Volviendo al terruño, les detallo mi plan, por si quieren apuntarse. En Barcelona tengo cuatro estrenos. Abre La ruina, del new kid in town Jordi Casanovas (9 septiembre, Villarroel). Le sigue, el 17, Andromaque, de Racine, de Declan Donnellan / Cheek by Jowl, con compañía francesa, en el TNC (ojo: sólo cuatro días). El 18, Rigola dirige Rock'n'Roll, el último y espléndido Stoppard, en el Lliure: estreno en España. Y lo mismo con la multipremiada The History Boys, de Alan Bennett, dirigida y protagonizada por José María Pou en el remozado Goya, que abre sus puertas con esta función. En Madrid veré tres montajes (bueno, probablemente alguno más, pero no los anuncian con tanta antelación como en Barcelona): a primeros de septiembre entra en el Maravillas 39 escalones, la adaptación en clave de farsa del clásico de Hitchcock (y John Buchan) que sigue su larga andadura en el Piccadilly londinense. El 12 llega al Albéniz Puerta del Sol, el Dos de Mayo de Galdós en versión de López Mozo, con treinta actores treinta (y cabe esperar que profusión de cañonazos y reyertas), a las órdenes de Pérez de la Fuente. Y el 25, el espectáculo sobre Urtain de Animalario, con texto de Juan Cavestany, en el Valle-Inclán. Avanzo un par de estrenos más para la primera quincena de octubre: Un Dios salvaje, de Yasmina Reza, un montaje de Tamzin Townsend con Maribel Verdú y Aitana Sánchez-Gijón, en el Alcázar, y Cancún, la nueva comedia de Jordi Galcerán, en el Borrás de Barcelona. -

Nacho Blanco torea a Frederic Gómez en la presentación, en diciembre de 2007 en el Espai Brossa, de <i>El llanto,  </i>de Jaime Villanueva.
Nacho Blanco torea a Frederic Gómez en la presentación, en diciembre de 2007 en el Espai Brossa, de El llanto, de Jaime Villanueva.C. SECANELLA

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