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Columna
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Echando chispas

Echando chispas. Así dice la presidenta de la Federación Valenciana de Municipios y Provincias, Elena Bastidas, que están todos los señores y señoras munícipes tras conocer el anuncio de esa alegría de la huerta que es el ministro de Economía, Pedro Solbes, de que el grifo de la financiación a los ayuntamientos también acusará restricciones en el suministro. Y tiempo le ha faltado a Spectra, digo Rita Barberá, para meter cuchara al tiempo que cumplía con las obligaciones de su orden, de tener presente en las oraciones e invectivas diarias a Rodríguez Zapatero. Ahí estaba la Bastidas con el verbo desatado, reproduciendo algo que habría oído sobre trampas contables. ¿Trampas contables? ¡Pero si eso se fabrica aquí! Un poco de sosiego. Con todo lo que afecta al presupuesto público ocurre como con la lotería, que suele estar muy repartida, aunque de manera desigual. Otra cosa es cómo se cuenta la fábula a la parroquia. Las leyes de la contabilidad, como los caminos del señor, son inescrutables, sobre todo desde que la innovación y el diseño se afincaron en las cuentas públicas en lugar de los procesos industriales. El Gobierno de Francisco Camps, sin ir más lejos, debe más que divisa con cargo a nuestros bolsillos y cada dos por tres presenta superávits que ensombrecen la imaginación de los creativos de Disneyworld. Es cierto que nunca llega la hora de los Ayuntamientos, como tampoco llegan los cascos azules de la ONU a impedir el bandidaje en el país de la fantasía. Como reza el feliz eslogan de una fábrica de ataúdes, sigan fumando: podemos esperar.

El Gobierno central racanea a las administraciones autonómicas

Va para 30 años de la restauración democrática y, por así decir, las bombillas del colegio público van a cargo de los gastos generales de la corporación municipal, en lugar de pagarlas quien posee las competencias educativas. El Gobierno central racanea a las administraciones autonómicas, mientras se asienta sobre el expolio disfrazado de solidaridad, vistas las balanzas fiscales. Los gobiernos autonómicos prometen el oro y el moro a los ayuntamientos, preferiblemente de su cuerda, pero a la hora de pagar son más insolventes que Haití con el Fondo Monetario Internacional. En teoría, el asunto es sencillo: la asignación presupuestaria, para quien presta el servicio. Pero a la hora de soltar la mosca, la cosa se complica y entonces la financiación de los servicios públicos, como la existencia del Senado y la vida en Marte, derivan en grandes misterios de la Humanidad. Y luego están los alcaldes que confunden su cargo con el de sultán de Brunei. No son todos, pero abundan. Desde confundir el término municipal con la tierra prometida (de promotores, no del pueblo elegido), a tirar con pólvora de rey en cuchipandas, los hay de todos los colores. Antes de echar chispas, unos y otros, pulsen el estado de ánimo de la generación educada en barracones, de la atención sanitaria, de las bibliotecas desnutridas, de los damnificados por el incendio de l'Alcalatén y del largo etcétera que debe incluir a todos los esquilmados de los eventos. O sea, a todos. Porque aquí hay para lo que hay, y lo demás es pura cháchara.

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