Olavo Setubal, genio de la banca brasileña
En su etapa de alcalde de São Paulo mejoró el medio ambiente de la urbe
Olavo Setubal, el genio de los banqueros brasileños, se fue a los 85 años víctima de una insuficiencia cardiaca el 27 de agosto en el hospital Sirio-Libanés de São Paulo, capital financiera del país, que este polifacético hombre dirigió como alcalde de 1975 a 1979. Fue también ministro de Asuntos Exteriores en el Gobierno de José Sarney. Al acabar el año 2000, con 77 años, fue nombrado brasileño del siglo.
No era un banquero ni un político cualquiera. Hijo del historiador y novelista Paulo Setubal, por donde pasaba marcaba su presencia por su vozarrón y sus carcajadas. Los periodistas le llamaban amigablemente Olavão. Pero su cara opaca y su mirada imponente imponían de verdad.
Llegó a banquero por casualidad. Se doctoró en Ingeniería, en contra de su familia. Era inamovible en sus decisiones. Cuando ganó los primeros 10.000 dólares (6.800 euros) montó una pequeña fábrica de cerraduras con un amigo: un éxito. Pero fue como líder del Banco Itaú donde se reveló como un genio. Cuando llegó, el Itaú era el 150º entre los mayores 200 bancos del país. Pronto lo colocó en segundo lugar, puesto que hoy mantiene. Murió con ganas de superar al Bandesco, número uno.
Era famoso por sus frases. Al llegar a la alcaldía de São Paulo, que comenzaba a ser una de las tres mayores urbes del mundo, hoy con más de veinte millones de habitantes, dijo: "Gestionar São Paulo es como gobernar al mismo tiempo Suiza y Biafra". Hablaba de la gran diferencia entre el centro rico y las favelas miserables de la periferia.
En poco tiempo dejó huella en la ciudad. Construyó 30.000 casas populares; acabó la línea Norte-Sur del metro, sustituyó los contaminantes autobuses a diésel por 200 movidos con etanol e impuso trolebuses eléctricos. Le tocó, sin embargo, vivir una ola de inmigración de miles de familias del noreste que llegaron en busca de mejor suerte y agigantaron las favelas. Confesó más tarde que fue la única vez que tuvo insomnio y que necesitó medicación para dormir.
Aunque dejó la dirección ejecutiva del Itaú en manos de su hijo Roberto, siguió acudiendo todos los días al banco, como presidente de Itausa, central que controlaba el Itaú y otras empresas. Sólo faltaba los dos meses que cada año pasaba en el extranjero. Metódico hasta el extremo, decía que su éxito consistía en que cada noviembre hacía planes y cubría la agenda de todo el año siguiente. Fue un raro personaje que pasó por las finanzas y la política sin dejar huella de corrupción, gracias a su fuerte ética e integridad personal.
No era de los que suspiraban por "cualquier tiempo pasado fue mejor". Al revés, antes de morir, dijo: "Brasil ha mejorado en todo. Es una ilusión pensar que antes las cosas eran mejores. Todo era peor y más pobre. Todo está mejor hoy que ayer, menos la seguridad pública".
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