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Reportaje:BANDA SONORA

Música para concentrarse

Los iPods inundan las oficinas, las bibliotecas, los museos...

Carlos Marcos

The Office, la genial serie televisiva británica urdida por ese mago de la socarronería que es Ricky Gervais (manager de bandas de pop como Suede antes que actor), demostró que las oficinas tienen una banda sonora muy, digamos, sugerentemente fría. En los títulos de crédito del DVD de The Office se puede escuchar esa música, proveniente de instrumentos por accidente: fotocopiadoras, ordenadores, lámparas fluorescentes, la máquina de café... Es también la sinfonía que se escucha en una oficina de la periferia madrileña, una empresa de unos cien trabajadores. De repente, una canción pop rompe la sinfonía minimalista: Kamikaze, de Amaral, sale despedida en forma de politono de un teléfono móvil. Ninguno de los trabajadores parece alterarse. Están acostumbrados. La creativa María, de 27 años, intercepta su móvil. "Holaaa". Luego: bla, bla, bla. María nos explica: "Cuando llama mi hermana, tengo otra canción, la de Sexo en Nueva York. Y cuando son mis amigas, una distinta. La clave es que suene contundente desde el principio, que no tenga intros". Muy cerca de María se sienta Esther, de 27 años, con las sienes presionadas por unos megacascos de la marca Sennheiser. "¿Cómo puedes trabajar y concentrarte con música?". Respuesta categórica: "Siempre me pregunto lo contrario: cómo la gente puede trabajar sin música". Más argumentos: "Son muchas horas metida aquí, y qué mejor que tener música para amenizar". Sobre lo que escucha Esther, la mayoría son bandas indies americanas: Cetro-Matic, Wilko o Bon Iver.

Saltamos ahora a la Sala 24 Horas de la Universidad Autónoma. Esta habitación gigante con capacidad para 274 estudiantes consiste en eso: abierta a todas horas los 365 días del año. La banda sonora aquí es un incomodísimo solo de patas de silla arrastrándose. La canción es monótona: comienza con una especie de redoble percusivo, y acaba con un acople de guitarra muy Nirvana. "Yo estudio con tapones, porque el ruido de las sillas es insoportable", comenta María de Luis, de 22 años, que cursa Odontología. Hay otros que prefieren llevarse el portátil con el iTunes repleto, como Gandalf Rodríguez, de 24 años: "Estudio Informática, así que no necesito memorizar. Puedo hacerlo con música". Gandalf, nombre de un personaje de El señor de los anillos (sus padres son unos fanáticos de la historia de Tolkien), escucha desde música electrónica hasta cantos gregorianos o chill out. "Últimamente estoy enganchado al disco de Burial, un DJ".

En el Museo del Prado, otro espacio para la concentración, un chico finlandés de 25 años escucha el último disco de Coldplay en su iPod mientras contempla Las meninas. Erkki, que así se llama, muestra una cara que delata una mala noche. O buena. "Estoy con unos amigos de vacaciones. Nos vamos esta noche y queríamos ver el Prado. Nos hemos acostado un poco tarde. ¿Lo de Coldplay? Me está viniendo bien para la resaca: Velázquez y la voz de Chris Martin".

Pero si existe un lugar que invite a la meditación, ése es una iglesia. Justo al lado de la jaranera discoteca Joy Eslava se levanta un oasis de paz que responde al nombre de iglesia de San Ginés. Estamos en misa de 20.30. Asistencia: 25 personas, dos de ellas monjas. Las suficientes para que el murmullo de los rezos tenga cierta sonoridad gospel. "Esta iglesia suena a calma. Con todo lo que está pasando en el mundo, es la mejor atmósfera", comenta Fernando Jorquera, de 37 años, creyente, vecino de Móstoles y unos cascos blancos colgados al cuello: "Me los he quitado para entrar en misa, pero ahora cuando salga me los pongo. Llevo a Linkin Park". Se escucha el ruido metálico de una moneda que impacta con otras en un buzón donde se lee "ofrenda para el culto". Fernando sale de la iglesia y se instala a sus Linkin Park. Los chavales hacen cola para entrar en Joy. Un mendigo pide monedas con un bote de patatas: "Buenas noches, señor, ¿tiene un cigarrito?". Se acabó la concentración.

Los visitantes del Museo del Prado también usan los iPods. En primer término, el cuadro <b><i>Los niños de la </b></i><b><i>concha,</b></i> de Murillo.
Los visitantes del Museo del Prado también usan los iPods. En primer término, el cuadro Los niños de la concha, de Murillo.SANTI BURGOS

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Sobre la firma

Carlos Marcos
Redactor de Cultura especializado en música. Empezó trabajando en Guía del Ocio de Madrid y El País de las Tentaciones. Redactor jefe de Rolling Stone y Revista 40, coordinó cinco años la web de la revista ICON. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Madrid.

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