Una convención para encontrar el espíritu ganador
Arranca con ansiedad y pesimismo la reunión de los demócratas en Denver
Lo que debía ser una convención triunfal en la que los demócratas celebraran anticipadamente su mejor cosecha desde el Watergate, arrancó ayer en Denver bajo una gran tensión, con evidentes signos de ansiedad y un indisimulable pesimismo. Los demócratas tienen mucho que hacer hasta el jueves para devolver al partido un espíritu ganador y renovar su fe en una victoria en las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre, que hasta hace pocas semanas veían al alcance de su mano.
Michelle Obama, como símbolo del nuevo Partido Demócrata, y (si los médicos no lo desaconsejaban en el último momento) el senador Edward Kennedy, como representante de la historia de esta organización, estaban entre las estrellas convocadas ayer en el Pepsi Center de esta ciudad para estimular a un grupo que parece atrapado por el fatalismo.
La campaña contra Obama ha tenido éxito incluso entre los demócratas
Algunos sectores culpan al discurso del senador de esta crisis de confianza
Ha bastado una ligera caída de su candidato, Barack Obama, en las encuestas -ayer empataba con John McCain en dos sondeos y tenía una ventaja de entre dos y tres puntos en otros tres- para devolver al partido el tono derrotista que ha caracterizado su trayectoria durante la mayor parte del último medio siglo, y que se acentuó con los dos últimos discutidos y apretados fracasos ante George W. Bush.
Algunos han responsabilizado a Obama y a la falta de agresividad en su discurso de esta crisis de confianza. Pero parece que es un problema que aparenta ir más allá de las condiciones propias del candidato. Los demócratas sólo han tenido cuatro presidentes desde la II Guerra Mundial: uno, el más querido, John Kennedy, fue asesinado; su sucesor, Lyndon Johnson, tomó posesión en un avión y no optó a la reelección; el tercero, Jimmy Carter, fue estrepitosamente derrotado en las urnas, y el último, Bill Clinton, fue sometido a un proceso de destitución y es hoy uno de los causantes de la división interna.
Ayer, todos los dirigentes demócratas que se dirigieron a los delegados en Denver intentaron fortalecer la moral del partido -y atraer las simpatías del público en televisión- con un objetivo en la mente: George Bush, el recuerdo de lo que ha sido su gestión y la posibilidad de que ésta se extienda cuatro años más de la mano de John McCain. Curiosamente, Bush puede ser en Denver el revulsivo que los demócratas requerían para tomar impulso hacia noviembre.
Ésta puede ser una buena (y quizá última) oportunidad de conseguirlo, y todos miran hacia Obama con la esperanza de que aproveche esta oportunidad para recuperar su vigor y revigorizar al partido. "No creo que esto sea un debate sobre mí", confesaba Obama en una entrevista al semanario Newsweek. "Creo que los demócratas están congénitamente nerviosos porque hemos perdido una serie de elecciones que creemos que teníamos que haber ganado. Pero hay que tener en mente que, cualesquiera que sean las reservas sobre mí o sobre mi campaña, la razón por la que vamos a ganar es porque éstas no son unas elecciones sobre mí".
La campaña republicana de descrédito de Obama ha tenido tanto éxito que muchos demócratas -sobre todo en las filas de Hillary Clinton- la han creído, y el partido tiene en Denver una tarea hercúlea para redefinir a su candidato y explicarle a los estadounidenses que, en última instancia, la otra opción que tienen por delante es la de un hombre a punto de cumplir 72 años que, pese a su diversa trayectoria, presenta hoy pocas diferencias con el republicanismo de los últimos años.
"Los republicanos van a hacer con Obama como hicieron con Al Gore", advertía ayer ante los periodistas Donald Fowler, un seguidor de Hillary Clinton y ex presidente del partido. "De repente, esta convención se ha hecho importantísima porque todo el partido está bajo un fuerte sentimiento de urgencia", añadía el presidente del Partido Demócrata de Montana, Dennis McDonald.
Ante ese sentimiento de urgencia, la convención empezó ayer a trabajar en dos frentes: el político y el psicológico. No es menor el papel que un espectáculo como éste, una gigantesca fiesta democrática de un seguimiento e impacto similar a los recientes Juegos Olímpicos, puede tener en la moral colectiva. Y para eso hay discursos, reuniones, manifestaciones, globos, sombreros y música por doquier. Pero también es importante aprovechar estos días para hacer política, unificar el mensaje y darle a éste el contenido adecuado.
No hay duda de que parte del súbito abatimiento que afecta a los demócratas tiene que ver con la desunión provocada por las primarias. Hillary Clinton dio un paso ayer a favor de la unidad al anunciar que mañana pondrá públicamente a disposición de Obama los delegados que ella obtuvo en ese proceso. A cambio, la senadora va a ser mañana la estrella de la asamblea.
Su posición en Denver es incómoda, después de que John McCain haya utilizado sus discursos y haya denunciado como una injusticia que no sea ella la candidata a la vicepresidencia. Los republicanos son conscientes de que estas elecciones serán muy reñidas, y de que esa cuarta parte de seguidores de Clinton que anticipa en las encuestas su voto a favor de McCain puede resultar decisivo.
A ellos y a millones de estadounidenses que todavía no saben qué votarán en noviembre intenta dirigirse esta convención con un mensaje claro sobre lo que está en juego. "La idea que saldrá de Denver será contundente", anunció ayer el jefe de la campaña de Obama, David Axelrod. Los demócratas creen que fue un error que la convención en la que hace cuatro años fue elegido John Kerry pasara por alto la crítica a la gestión de Bush. Esta vez, sin estar presente, Bush es la estrella. Y, con suerte para ellos, el favor galvanizador de los demócratas.
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