Verdes campos, y amarillos
Un inmenso campo verde aparece ante los ojos del esforzado viajero cuando se asoma a las planicies que forman el término de Sueca en su camino hacia el mar. Ajustaremos lo términos, diremos que los campos eran verdes con un punto de amarillos, debido a las hojas de los naranjos y limoneros que se doran al contacto con el sol.
Naranjos, decíamos, limoneros, preceden en el horizonte al arroz, que ocupa la inundación, las tierras limítrofes al mar y a l'Albufera, tomadas al Júcar y regadas por él; aquellas donde se cría el grano que se transformará en paella o se combinará con los fesols i naps.
Larga es la historia de las tierras del arroz, que no siempre fueron bien comprendidas. El poder las aplaude o las denuesta según cambian las modas y las formas de pensar. En algún tiempo fueron condenadas por ser vivero del mosquito anofeles, que como se sabe causa la malaria, aunque en ocasiones se opinaba lo contrario, aduciendo los defensores de los marenys que las aguas donde se cultivaba el arroz se movían por las inundaciones y las sequías que para este cultivo se producen, impidiendo el trasiego acuático que se estacionase el insecto.
Lo bien cierto es que entre aplausos y prohibiciones se llegó hasta mil ochocientos sesenta, cuando se regularon unos parajes o cotos en los que se permitía su cultivo, los cuales llegan hasta la actualidad, aunque se sospecha que el calor dilató los ajustados espacios asignados al cultivo, que ahora muestran mayor tamaño que en su origen.
Sueca, cuyo nombre parece provenir de lo que fue zoco o mercado, sufrió los tradicionales vaivenes cristiano-moriscos, y en siglo XII, Ramón Berenguer IV la cedió a los hermanos de la Orden del Hospital, recién venidos de Palestina y que llegaron a ser, en los siglos posteriores, toda una potencia militar en las aguas mediterráneas.
La historia de la ciudad va ligada a la de la próxima Albufera, a la de sus amos, aguas, cultivos, flora y fauna, aunque las transformaciones agrarias y la industrialización se asentaron en ella en el último siglo por lo que la importancia del arroz, sin ser desdeñable no es como en los años anteriores.
Pero su importancia gastronómica es capital, ya que forma parte de la mayoría de los platos que se sirven como típicos en nuestra Comunidad. El arroz, que fue durante los últimos siglos comida diaria de los valencianos, gozó, por ese motivo, de ser combinado con toda suerte de carnes, pescados, mariscos, o verduras que el ingenio humano pudiera sospechar, y de esta combinación surgieron y están en vigor aquellas que el gusto ha seleccionado -en una selección natural que ni Darwin sospechara- de entre las miles que nacieron y murieron casi en el acto.
De la zona entresacamos los de pato y los de anguila, por contener productos que viven o vivieron allí, en los tiempos en que l'Albufera aún vivía.
Y nos queda el arroz, que permanece hasta el día que se cumpla la profecía que un agricultor dedicó al intelectual Joan Fuster, nativo de la villa, cuando paseaba, y que él mismo relataba: "Vosté ensenye-los de lletra y després vorem qui planta el terme".
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