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Reportaje:MUCHA CALLE

El río pasa por Méndez Álvaro

Madrid, desde una esquina de la Estación Sur de Autobuses

Desde una de esas incómodas y frías bancas azules de hierro de la Estación Sur de Autobuses de Méndez Álvaro, con un rumano dormido a un lado y un ecuatoriano charlatán al otro, Madrid se ve como un cruce de caminos sin semáforos, un trasiego lento e incontrolado de gente sudorosa yendo de un sitio a otro.

Nadie espera que pase nada muy trepidante en esa estación. Si ha tenido la suerte de entrar en la Central Station de Nueva York sentirá que todo es posible allí, que algo inesperado va a pasar en esos pasillos y escaleras de mármol. Pero claro, allí se han rodado Con la muerte en los talones y Los intocables de Elliot Ness, y es normal que la imaginación se desboque a lo hollywood en una ciudad de película.

Como Madrid sería más bien una novela río, en las estaciones de metro y de autobuses la atmósfera es más mundana. No hay grandes tiendas de marcas conocidas; los comercios son los de toda la vida, esos que se especializan en vender toda clase de artículos por si cuela. Es decir, usted quizá quiera comprar el periódico pero igual de paso le apetece adquirir un perro peluche con un gorro tejano; a lo mejor le gustaría gastarse el dinero en un artículo de herbolario, pues allí encontrará también una amplia gama de abanicos. Por si cuela. Ésa es la estética de la estación de Méndez Álvaro: Perfumería Efken, Zapatería Regina, Pastelería Fuentes, Disco Bar/ Regalos (pilas y cascos).

El rumano se despierta y se despereza estirándose en el banco. Espera la llegada de su mujer en un autobús procedente de Málaga, donde ella se ha pasado todo el verano trabajando. "¿La echo de menos? Sí, claro, es la mujer de uno. Yo soy un hombre. Tengo que cuidar de ella". El ecuatoriano también espera a su mujer y también la echa de menos aunque sus razones parecen ser otras: "Fíjate que llevo dos semanas sin comer bien. No quiero que me entienda mal, pero nadie le alimenta a uno como su propia mujer".

En la estación de Méndez Álvaro, la clientela está formada por jóvenes, inmigrantes y ancianos con una pensión baja. El grupo de punkies que espera la salida del autobús con destino a Cádiz se va de camping a Conil una semana. El que parece más joven de ellos se fuma un canuto en la puerta de la estación sin importarle la cara del vigilante de seguridad. "No estoy dentro de la estación, ¿no? Pues me lo puedo fumar tranquilo entonces", le dice a sus colegas.

A la señora que lee la revista del corazón en otro de los bancos no le hacen gracia los punkies ni las preguntas. Debe haberse leído el cartel que tiene enfrente colgado en la pared: "Mantenga los objetos pequeños en la mano. Si le hacen alguna pregunta, no conteste, le quieren distraer. Si tiran monedas u otro objeto delante de usted, no lo recoja. Si le comentan que tiene un roto o una mancha en su ropa, no haga caso. Hay delincuentes que utilizan estos procedimientos para sustraer sus pertenencias".

La estación de autobuses de Méndez Álvaro no está entre los lugares que uno debe ver forzosamente en Madrid. Es un lugar sin gracia, sin estilo, un lugar que la gente quiere abandonar lo antes posible para llegar a Madrid o para salir de ella con destino a Andalucía, Murcia, Extremadura, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Galicia, Asturias, Rumanía, Marruecos, Bulgaria o Ucrania. Aunque sea durante ocho horas metido en una cafetera. Pero a veces, eso también es Madrid. Nadie es de allí, todo el mundo está de paso, todo el mundo deja algo para instalarse en otro sitio. Y a veces se para en Madrid y se queda. Y ve que la ciudad no está mal y que se puede vivir aquí, aunque nadie sepa qué significa eso en Madrid. La capital es una novela río, llena de afluentes que van a parar a uno mucho más grande y desconocido por el que nadie ha navegado todavía.

Viajeros ayer en la Estación Sur de Autobuses.
Viajeros ayer en la Estación Sur de Autobuses.CRISTÓBAL MANUEL

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